CAPÍTULO 30
Unas
semanas más tarde
Emmet Cullen tocó un mechón del ligero pelo marrón
de Bella mientras esta dormía. La espalda estaba anidada contra su pecho, el
trasero contra su ingle.
Dejó que su mano se deslizara desde el pelo hasta el
hombro, luego por su costado hasta el hinchado vientre. Bajo sus dedos, el bebé
se movió, y su pecho se tensó con la violenta satisfacción que lo inundó.
Ella se removió inquieta y apartó la mano, no
queriendo perturbar su sueño. Se cansaba fácilmente estos días, con el bebé
saliendo de cuantas en dos cortas semanas desde ahora.
Con desgana, presionó un beso en su cabeza y salió
cuidadosamente de la cama. Se vistió y fue en busca de sus hermanos.
Encontró a Jasper y Edward en la cocina desayunando.
Alzaron la mirada cuando Emmet entró, sus miradas eran interrogantes.
— ¿Bella todavía duerme? —preguntó Jasper.
Emmet cabeceó.
—Ni siquiera se ha movido cuando salí de la cama.
—Últimamente ha estado terriblemente cansada —Edward
habló más alto, la preocupación teñía su voz.
—Quería hablar con vosotros mientras duerme —dijo Emmet
mientras tomaba asiento en la barra junto a sus hermanos.
La frente de Jasper se arrugó.
— ¿Es algo malo?
—No. Solo me preguntaba si no deberíamos llevar a Bella
a Denver antes de que salga de cuentas. Estaba pensando en por lo menos dos
semanas. No me gusta la idea de que se ponga de parto antes y nos quedemos
atascados en la montaña-
—Creo que es una buena idea —dijo Edward—. La idea
de que se ponga de parto me asusta a muerte-
Jasper cabeceó su acuerdo.
—Si quieres puedo llamar y reservar un piso.
—Hazlo —dijo Emmet—. Haré los arreglos con Riley,
para que cuide de los caballos mientras estemos fuera.
Un ligero sonido de arrastrar los pies, hizo que Emmet
y los otros se dieran la vuelta. Bella estaba de pie en la puerta, el pelo
desaliñado y con oscuros círculos bajo los ojos.
—Buenos días —murmuró, mientras entraba.
Se deslizó entre los brazos de Emmet y alzó la cara
por un beso. El cubrió la boca, gozando del sabor de sus dulces labios. Después
de un momento, se liberó de sus brazos y se giró hacia Edward. Este la apretó
entre sus brazos y la abrazó fuerte, su mano bajando tiernamente para acunar su
vientre.
—Buenos días —murmuró él mientras le daba un beso
suave.
Descansó un momento en los brazos de Edward, antes
de ir hacia Jasper.
— ¿Cómo te sientes, muñeca? —preguntó Jasper,
mientras deslizaba los brazos a su alrededor.
—Cansada —admitió—. El pequeño tiene los días y las
noches un poco mezcladas y tengo miedo.
—Mantén el ritmo —dijo Jasper dijo compasivo—.
Siéntate y te haré algo de comer.
Ella sacudió la cabeza.
—No tengo hambre. Aunque tomaría algo de zumo y me
sentaría en el porche delantero durante un rato.
Emmet cambió miradas preocupadas con sus hermanos,
mientras ella se dirigía a la nevera para servirse un vaso de zumo. Salió de la
cocina andando como un pato y pocos segundos más tarde, oyeron que la puerta
principal se abría y se cerraba.
—Reserva ese piso —dijo Emmet sombrío—. Nos iremos
después de su siguiente reconocimiento con la comadrona.
Bella dio un paso fuera de la puerta principal y
cerró los ojos, mientras la brisa fresca de septiembre soplaba sobre su cara.
Dejó caer la mano libre sobre el vientre y se lo masajeó distraídamente,
mientras avanzaba a la gran silla cómoda, que los chicos le habían conseguido.
Se hundió en el cojín rellenito y suspiró de alivio,
mientras subía los pies en el sofá. Solo había estado de pie unos pocos minutos
y ya chillaban, protestando.
Quienquiera que dijo que el embarazo era todo
melocotones y sol, claramente, nunca lo había experimentado.
Sorbió el zumo y frotó la mano sobre la hinchada
montaña de su estómago. En respuesta, el bebé pateó y giró, trayendo una
sonrisa a la cara de Bella.
No había sido totalmente sincera con los chicos. El
bebé la mantenía despierta de vez en cuando, pero últimamente su sueño había
estado plagado de pesadillas. Desde que volvió con los hombres a los que amaba
más que nada, había tenido miedo de que algo sucediera y los separara otra vez.
Había noches cuando despertaba, bañada en sudor que
se estiraba para asegurarse de que todavía estaban allí. Especialmente Edward.
Ya no se levantaba para volver a su cuarto. Él parecía tan ansioso como ella de
asegurarse de que nada se interpusiera entre ellos otra vez.
Ella le tocaba a menudo, asegurándose, combatiendo
las imágenes de él recibiendo un disparo. Tan pronto como parecía que Emmet y Jasper
se estiraban a por ella, el miedo a perderla era frecuente.
Todos luchaban contra sus demonios de maneras
diferentes, y francamente, Bella estaba preparada para ir más allá del temor
paralizador. Preparada para asentarse con los hombres que amaba y vivir la vida
juntos.
La puerta se abrió y miró de reojo para ver a Jasper
mirándola con preocupación. Se acercó y se sentó en la ancha silla a su lado, pasando
un brazo alrededor de hombros.
Se inclinó para besar su sien y ella cerró sus ojos
con placer.
— ¿Cómo vas, muñeca? —preguntó con voz tierna.
Colocó la mano libre sobre el vientre y lo acarició
de arriba y abajo, con un movimiento consolador.
Ella suspiró y se inclinó más adentro en su abrazo.
Él le besó la cima de la cabeza, mientras la atraía a descansar contra su
pecho. Empezó a frotarle la espalda, masajeando y amasando los músculos.
Un bajo gemido del placer se formó en la garganta de
Bella.
— ¿Se siente bien? —preguntó.
—Aja. —La lengua se sentía demasiado gruesa como
para formar palabras. Los ojos se cerraron con cansancio contra su pecho,
mientras continuaba frotando. Las noches en blanco se absorbían, mientras Jasper
hacía magia con sus manos. Las pestañas revolotearon y luchó por intentar
permanecer despierta.
Jasper miró hacia abajo, mientras los ojos de Bella
se cerraban en su batalla por mantenerse despierta. Continuó acariciándole la
espalda, disfrutando de la sensación de ella en sus brazos. El silencio la
instaba a someterse al deseo de dormir. Dios sabía que lo necesitaba.
Odiaba que todavía luchara contra las pesadillas.
Oh, ella nunca lo admitiría, pero oía sus callados quejidos, sentía sus
estremecimientos y temblores en su sueño. Los otros estaban igual de
conscientes.
La sostenían, asegurándose de que nunca estuviera
sola durante la noche. Cuando empezaban las pesadillas, la sostenían, la
consolaban, pero se sentían impotentes, mientras su terror continuaba.
Miró hacia abajo otra vez, para ver su cara
enterrada en el pecho. Esperó, queriendo asegurarse de que no la despertaría,
cuando la llevara adentro.
Giró la cabeza, cuando oyó que se abría la puerta
principal. Levantó el dedo hasta los labios, cuando Edward se deslizó fuera.
Los ojos de Edward barrieron ávidamente sobre Bella, la preocupación
oscureciéndole sus ojos azules.
—Voy a llevarla dentro —dijo Jasper calladamente—.
Abre la puerta si no te importa.
Con gran cuidado, Jasper liberó el brazo de
alrededor de Bella y se puso de pie. Entonces se inclinó y curvó sus brazos
debajo de ella, levantándola contra su peche. Se movió lentamente hacia la
puerta, parando cuando ella le acarició el cuello con la mejilla.
Cuándo se recostó, avanzó por la puerta que Edward
tenía abierto para él. Anduvo hasta el dormitorio y la acostaba con cuidado en
la cama. Hizo un sonido de protesta, cuando se alejó de ella. Tomando sólo un
segundo en desatarse los zapatos, se arrastró a la cama con ella y la abrazó.
Ella dejó salir un suspiro dulce de contento,
mientras se acurrucaba en sus brazos. Empezó a frotarle la espalda otra vez,
como había hecho en el porche, hasta que se relajara completamente en su
abrazo. Pronto, su respiración se filtró por la habitación, y Jasper cerró los
ojos, contento de yacer allí con la mujer que amaba llenando sus brazos.
Cuándo Bella se despertó, registró primero que Jasper
ya no estaba delante de ella. Pero estaba sujeta contra una espalda dura y una
mano descansaba de manera posesiva en su abdomen redondeado. Sonrió. Edward.
Ella parpadeaba la nube del sueño de sus ojos y se
maravilló de cuán mejor se sentía. Parte de ello era por las horas extras de
sueño que había necesitado, pero la otra parte, era la tranquilidad que sentía
con Edward, curvado alrededor de su cuerpo.
Queriendo enfrentarlo, luchó por girarse, una proeza
que no tan sencilla estos días. Unas manos suaves la ayudaron y unos labios
calientes se encontraron con los suyos, tan pronto como se acomodó.
Ella suspiró contenta, mientras Edward profundizaba
su beso, su lengua acariciando la suya. Deslizó una mano sobre su pecho desnudo
y luego hasta sus hombros, donde descansaba la cicatriz fruncida del disparo.
Lágrimas inesperadas empañaron su visión, mientras
revivía una vez más el horror de aquella noche. Malditas hormonas del embarazo.
Era un ambulante caso perdido, estos días.
—No vas a
perderme —murmuró Edward mientras se apartaba de su boca.
Una lágrima se deslizó por la mejilla. Dios, ella
necesitaba esa tranquilidad. Últimamente, el corazón se le detenía cada vez que
lo miraba.
—Te amo —dijo ella, su voz susurrante por la
emoción.
—Yo también te amo —dijo él bruscamente.
El bebé pateó y giró entre ellos y la cara de Edward
se relajó con una amplia sonrisa.
— ¿Hoy está activo, verdad?
Él movió la mano hasta la cintura de los pantalones
de chándal y los bajó, hasta que desnudó el vientre. Sus dedos acariciaron
reverentemente la piel tensa. Entonces, se agachó para presionar los labios en
el pequeño bulto bajo las costillas.
— ¿Eso es el pie? —preguntó.
Bella rió entre dientes.
—Podría ser. No puedo mantener el ritmo, se mueve
tan rápido.
El deslizó la mano arriba, apartando su camisa hasta
que acunó un pecho lleno. Luego se inclinó otra vez y besó el pezón hinchado.
—Te he echado de menos —dijo simplemente, y ella
supo que quería decir sus relaciones sexuales.
Ella gimió suavemente, mientras él arremolinaba la
punta de un dedo alrededor de la punta fruncida, dejando la humedad de su
lengua.
—Yo también te he echado de menos —murmuró ella.
En realidad, estaba a punto de chillar de
frustración. No habían hecho el amor en semanas. Sabía que estaban siendo
considerados con su molestia, pero era una innecesaria restricción por su
parte.
No habían sido nada, sino terriblemente gentiles
desde que había vuelto a ellos, nunca tomándola como antes. Le hicieron el amor
reverentemente, casi como si tuvieran miedo de que le hagan daño
involuntariamente.
Seguramente, no pasaba ni un día, una hora, sin que
la tocaran, acariciaran, ducharan con ternura, pero no era lo mismo que hacer
el amor.
—No me romperé —dijo ella deliberadamente.
Un suspiro desigual de frustración, salió del pecho
de Edward.
—No quiero herirte a ti o al bebé. Emmet, Jasper y
yo hemos discutido esto. Pensamos que sería mejor esperar hasta después del
nacimiento del bebé-
Bella frunció el ceño. Se levantó sobre un codo y
miró a Edward.
—Déjame poner esto en claro. ¿Tú y tus hermanos
decidisteis, por vuestra cuenta, sin consultarme, que os abstendríais hasta
después de que nazca el bebé?
La miró cuidadosamente.
—Uh, si.
Ella apretó los labios en una línea apretada.
—Ya veo. ¿Y nunca se os ocurrió que quizá yo no
tenía deseo de abstenerme? ¿Desde cuándo tomáis mis decisiones por mí?
El la miró en completa confusión, la mirada de un
hombre que sabía que estaba arrinconado y no tenía ni idea de que decir para
salir de ello.
Ella casi sonrió, pero arruinaría completamente la
severa mirada que intentaba echarle. En vez de eso, se inclinó y presionó los
labios contra su pecho. Lamió las líneas de entre los duros músculos, bajando
para explorar sus rígidos muslos abdominales.
El aliento le escapó en un largo silbido.
—Bella, no creo… no creo que esto sea una buena
idea.
Ella levantó la cabeza para mirarlo a los ojos.
—Ese es tu problema. Piensas demasiado.
Se deslizó fuera de la cama solo el tiempo
suficiente para quitarse sus ropas, antes de arrastrarse de vuelta encima de
él.
Los dedos bajaron hasta el botón de sus vaqueros.
—La manera en que lo veo, tienes dos elecciones
—empezó—. Una, puedes quitarte los vaqueros como un buen chico, o dos, puedes
sufrir la ira de las hormonas locas de una mujer embarazada.
—Bien, cuando lo pones así.
Las manos se movieron, para bajarse torpemente los
vaqueros. Los sacudió, mientras los empujaba por las caderas. Unos pocos
segundos más tarde, estaba desnudo, su polla tensa hacia arriba.
Una oleada de deseo se disparó por su sistema,
dejándola jadeante. Sin darle tiempo para cambiar de idea, puso las manos en su
pecho, para sujetarse y pasó una pierna sobre las caderas. Las manos de él la
sostuvieron por los hombros, mientras se estiraba para posicionar la polla en
la entrada de su coño. Luego, se hundió, enfundándolo en un movimiento.
Edward arqueó su cabeza, los ojos eran cerrados,
mientras apretaba los dientes. Ella sonrió. Quizás le faltaba un poco de
práctica, pero no era su culpa, dado que ellos no habían sido participantes
exactamente dispuestos. Pero iba a remediar eso. Empezando por ahora.
Las manos de Edward se deslizaron por su cuerpo,
sobre las curvas e hinchazones, hasta que se asentaron en las caderas. Ella
empezó una cabalgada lenta y sensual, decidida a castigarlo por haberse
reprimido con ella. Él estaría pidiendo clemencia, antes de acabar con él. Se
inclinó hacia delante, permitiendo que su pelo cayera sobre el pecho, mientras
continuaba girando las caderas. Un placer exquisito, dolorido, se construía en
su pelvis, curvándose como fuego en el abdomen. Dios, lo había echado de menos.
Los dedos se curvaron en el pecho. Jadeó, mientras
sentía el lento alzamiento del orgasmo. No, no acabaría tan rápidamente. Se
hundió otra vez y se detuvo, disfrutando de la sensación de él, clavado tan
profundamente dentro de ella.
—Jesús, Bella, no puedes pararte ahora.
El bajo y desesperado sonido de su voz, mandó un
estremecimiento por su pecho. Le miró fijamente a los ojos y sonrió traviesa.
Levantó las caderas una diminuta pulgada antes de deslizarse hacia abajo.
—Te aprovechas de hecho que no puedo devolverte esto
—se quejó Edward.
Las manos viajaron alrededor de las caderas, para
acunar su trasero. Se arqueó dentro de ella, empujando más profundamente.
Ella sabía que no iba a durar mucho. Y entonces, el
movió una mano entre sus piernas. Los dedos encontraron su clítoris y empezaron
a acariciar la carne temblorosa. De dio por vencida de hacerle sufrir y reanudó
el ritmo.
Las rodillas se clavaron en los costados, mientras
que su cuerpo se tensaba. Cada músculo se tensó, estirándose, rogando por
liberación. El aliento se escapó de sus pulmones, como fuego.
Edward se levantó y dejó salir un grito, mientras su
cálida semilla la inundaba. Unos pocos segundos más tarde, el orgasmo ardió
sobre ella, liberando mil burbujas diminutas, explotando en una punzada de
placer.
El la agarró, mientras se desplomaba hacia delante.
Suavemente, la colocó con cuidado a su lado, curvando sus brazos a su
alrededor, mientras la sostenía cerca. Los dos intentaban recuperar el aliento,
mientras que sus corazones latían erráticamente por las secuelas.
Le besó el pelo, acariciándole la espalda con una
mano, mientras ella se estremecía con réplicas.
— ¿Te he hecho daño? —le preguntó contra la oreja.
Ella sacudió la cabeza y le acarició con la nariz.
—Emmet y Jasper patearán mi culo por esto —dijo él
irónico.
Ella sonrió y se empujó para mirarlo.
—No, no lo harán. No tengo intención de darles la oportunidad.
—Uh, oh.
—No te preocupes por tus hermanos —dijo ella—. Tengo
planes para ellos.