viernes, 14 de septiembre de 2012

La mujer de los cullen


EPÍLOGO


Bella yacía en una cama limpia, con una bata limpia, con el bebé en los brazos. La comadrona la había mimado, consiguiendo limpiarla a ella y al bebé y revisándolos antes de sonreírle y declarar que ambos estaban bien.
Se sentía cansada. Realmente agotada. La comadrona le había vendado el tobillo y la advirtió que la dejara unos días. De cualquier forma, Bella no planeaba salir pronto de la cama. Dormiría una semana.
Pero nunca había sido más feliz que en ese momento.
La comadrona se salió rápidamente, diciendo que vendría al día siguiente para verificarla tanto a ella como al bebé. Inmediatamente después, los chicos se presentaron y se dirigieron a donde yacía Bella.
Se amontonaron, acercándose a la cama con ella, pero siendo cuidadosos de no empujarla.
Miraron con admiración al bebé, turnándose para tocarle la mejilla o los diminutos dedos.
—Es hermoso —susurró Jasper reverentemente.
Edward curvó un brazo alrededor de los hombros de Bella y la abrazó.
— ¿Estáis bien? ¿Cómo te sientes?
—Sí, cariño, ¿cómo te sientes? —preguntó Emmet, la preocupación le oscurecía los ojos.
El pecho se le apretó y las lágrimas inundaron sus ojos, mientras inspeccionaba la escena que tenía ante ella.
—Estoy bien —dijo ahogándose—. Nunca he estado mejor.
Y era verdad. ¿Cómo podía la vida ser mejor que en ese momento? Nunca sería tan perfecta otra vez.
Este retrato estaría encerrado para siempre en su memoria. Tan asustada como había estado, ahora que todo había pasado, no podía imaginar un mejor parto.
Ningún ambiente estéril de hospital. Ningún extraño trayendo a su hijo al mundo. Solo los hombres a los que amaba más que a la vida. Solo la manera en que debía ser.
Alzó la mirada hacia Edward, quien estaba todavía estudiando al bebé con una expresión semejante al éxtasis.
— ¿Quieres sostenerlo? Eres el único que no lo ha tenido.
—Me gustaría —dijo con voz ronca.
Levantó el bulto y Edward colocó cuidadosamente sus grandes manos alrededor del diminuto bebé. Lo sostuvo contra el pecho y miró con fascinación como su hijo abría los ojos.
— ¿Cómo lo llamaremos? —preguntó Jasper.
—Anthony —contestó Bella—. Me gusta el nombre de Anthony.
—Anthony Cullen. Es un buen nombre —dijo Emmet, sus ojos suavizándose cuando se encontró con los de Bella—. Gracias.
Ella ladeó la cabeza, sonriéndole.
— ¿Por qué?
—Por nuestro hijo. Por amarnos. Por entendernos —respondió.
La garganta de Bella se apretó y por un momento no hubiera podido hablar ni aunque lo hubiera querido. Luchó por procesar la oleada de emoción que se construía y se hinchaba en su interior. De repente fue demasiado y no lo suficiente, todo al mismo tiempo.
Estaba a salvo. Era amada. Amaba con todo su corazón. Estaba en casa.

La mujer de los cullen


CAPÍTULO  34


Edward se sentó detrás de Bella, rodeándola con los brazos y sus manos descansaban en su vientre. Ella se inclinó hacia atrás sobre sus pecho, la espalda acunada contra su pelvis. El levantó una mano para apartarle el pelo de la cara, mientras que otra contracción atravesaba su cuerpo.
Ella tembló en sus brazos, y él hizo todo lo que pudo hacer, para no permitir que su miedo tomara el control.
Cuando regresaron a la casa, después de ejercitar a los caballos, no había sido capaz de encontrarla en ningún sitio. En ese momento, todo un montón de terroríficos escenarios atravesaron su mente. Locuras, ideas locas, pero sin embargo le habían asustado.
Su ex marido había escapado de la cárcel. O quizás había contratado a alguien más para matarla.
Esto le trajo recuerdos de la noche en que había yacido impotente en el suelo mientras Bella había sido alejada de él. Su incapacidad para salvarla, el hecho que le había fallado cuando más le necesitaba.
Cerró los ojos y enterró los labios en su pelo. El picor de las lágrimas ardía en los parpados y tomó profundos y tranquilizadores alientos para intentar controlar sus emociones. No podía fallar. No ahora. No cuando ella le necesitaba para ser fuerte. No le fallaría otra vez.
—Respira, cariño. Respiraciones profundas. Eso es —la animó Emmet.
Emmet se posición entre sus piernas, mientras Jasper se cernió sobre su hombro.
—Ah Dios, ¡duele! —gritó ella.
Arqueó la espalda y Edward pudo sentir la tensión de su cuerpo, como una gomita completamente estirada.
—Lo estás haciendo bien, cariño. Casi estamos aquí. Cierra la boca. Respira por la nariz, aguanta y empuja. Un empujón largo. Vamos a ver a nuestro bebé.
Ante la dirección calma de Emmet, ella se tranquilizó. Edward podía sentir su inhalación profunda y luego aguantaba.
—Eso es, amor —susurró Edward en su oreja.
Las manos de Edward enmarcaron el vientre, intentando infundirle fuerza.
— ¡Eso es! —dijo Emmet con voz entusiasmada—. Vamos, cariño, un buen empujón más. Puedes hacerlo.
Un agonizante gemido rasgó la garganta de Bella y Edward se dolió por ella. El sentía su dolor. Sentía su esfuerzo. Lo vivía con ella. Dios, deseaba poder tomar su dolor. Haría cualquier cosa por que ella no sufriera así.
— ¡Aaaaah!
—Bien, descansa un minuto —instó Emmet—. La cabeza está fuera. Esa es la parte dura. Permíteme succionar y trabajaremos en conseguir que nuestro bebé haga el resto del camino hasta aquí.
Edward miró hacia abajo, para ver una ancha sonrisa partía la cara de su hermano mayor.
Detrás de él, Jasper se puso de pie, su cara era llena de asombro, de admiración.
—Necesito empujar otra vez, Emmet.
Había pánico en su voz, como si no estuviera bastante segura de que debería estar haciendo. Edward la besó en el pelo y frotó el vientre con las manos, queriendo hacer algo para consolarla.
Emmet se estiró y apretó una de las manos de Bella.
—Vamos, empuja, cariño. Un buen empujón más y habremos acabado.
La espalda de Bella se arqueó una vez más y cada músculo en su cuerpo se tensó. Luego se relajó, como un globo desinflado. Cayó en los brazos de Edward, como un tallarín débil. Respiraba de forma desigual, el pecho subiendo y bajando con esfuerzo.
Edward miró abajo una vez más y se encontró con los ojos de su hermano.
—Es un chico —susurró Emmet—. ¡Tenemos un hijo!
Una lágrima descendió por la mejilla de Edward y se apresuró a secarla con el hombro.
Jasper se acercó y Emmet sostuvo al resbaladizo bulto que se retorcía, para que Jasper lo cogiera.
— ¿Puedes ocuparte del cordón? —Preguntó Emmet—. Necesitaré cerciorarme de que sale la placenta.
Jasper se estiró reverentemente a por el bebé que gemía, con lágrimas brillando en sus ojos. Los tres hermanos intercambiaron miradas, sus ojos repletos de emoción. Edward apretó a Bella en sus brazos, la ráfaga de amor que sentía por ella tan fuerte, que era todo lo que podía hacer para contenerse.
Jasper cortó y ató el cordón, luego envolvió una manta alrededor del bebé. Anduvo y bajó suavemente el bulto a los brazos extendidos de Bella
Edward consiguió su primera vislumbre de su hijo. Bella lo sostenía en sus brazos, los dedos explorando levemente la cara y los dedos diminutos.
—Es hermoso —susurró ella, su voz pesada por la emoción.
Edward se sentó allí, sosteniéndolos a ambos en sus brazos. Sostenía todo lo que le importaba allí, cerca de él, contra su corazón. Otra lágrima bajó por su mejilla, y esta vez no la enjugó.
—Te amo —él se ahogó contra su pelo.
Jasper se inclinó para besar a Bella en la sien y luego bajó la cara para besar frente del bebé.
—Gracias —susurró Jasper—. Es absolutamente hermoso.
Bella giró la cara para sonreír ampliamente a ambos, a él y a Jasper.
— ¿Lo es, verdad?
Ella giró al bebé a su seno, ofreciéndole su pezón. Después de unos pocos momentos de que el bebé lo acariciara con la nariz y lo rozara, Bella se las arregló para que lo cogiera. Pronto estuvo alimentándose con satisfacción.
Unos pasos sonaron en el vestíbulo y un segundo después entró rápidamente la comadrona. Sonrió a Bella.
—Bien, diría que lo habéis hecho bien sin mí.
Se apresuró y tomó el control de la situación. Ahuyentó a los hombres, dándoles a cada uno una tarea diferente, asegurándoles que podrían regresar tan pronto como ella hubiera tenido la oportunidad de revisar y limpiar a la madre y al bebé.

La mujer de los cullen


CAPÍTULO  33


Bella se movió por la cocina tarareando suavemente para a sí misma. Mientras acababa con el último plato, miró el reloj. Los chicos salieron a ejercitar los caballos e iban a tardar un poco más.
Ella salió, pues necesitaba un poco de aire fresco y un paseo. Su espalda la había estado doliendo toda la mañana; quizás, si se estiraba un poco, se sentirá mejor. Se quedó en el camino, más allá del granero. Le encantaba explorar la tierra que rodeaba la cabaña. Siempre tenía una vista espectacular, no importaba en qué dirección andaba.
Hoy, rodeó el granero y se dirigió hacia los árboles de una suave cuesta. Sabía que, una vez alcanzada la cima de la pendiente, sería capaz de ver el pequeño valle y el río que lo atraviesa.
Se paraba bastantes veces, mientras que el dolor de espalda crecía en intensidad. Dios mío, se había convertido en una débil, desde que se quedó embarazada. Se apoyó en un árbol, mientras se esforzaba por respirar. Miró hacia arriba y midió la distancia que quedaba. No quedaba demasiado lejos y se podría sentar en su roca favorita y disfrutar de la vista.
Cuando alcanzó la cima, se paró un momento, poniendo una mano a su espalda, mientras se quedó mirando el rio. Después, buscó la roca en la que solía sentarse, cuando sintió un espasmo en el abdomen, desequilibrándola.
Entró en pánico, mientras su pie resbalaba por el borde. Precariamente, agitó las manos, luchando por el equilibrio. Por un momento, pareció suspendida entre el cielo y la tierra. Luego se cayó de espaldas.
Sus dedos trataron de aferrarse la tierra, golpeándose contra rocas y raíces. Aterrizó fuerte y se deslizó rápidamente por la pendiente, hacia el río.
Sintió una sacudida de dolor, mientras su pie quedó atrapado entre rocas y su tobillo se torció. Pero detuvo su caída.
Cuándo se aseguró que no volvería a caer, abrazó su barriga, sintiendo los movimientos del bebé.
Mentalmente, buscó sus heridas.
El tobillo le latía, y miró para verle sólidamente atrapado entre dos rocas grandes. Cuando trató de alcanzarle, y liberarle, su hombro protestó vehementemente.
Maldita sea.
Estaba bien. Estaba razonablemente segura de que no tenía nada roto. Pero el hombro le dolía terriblemente, probablemente era dislocado, y su tobillo, tenía que admitir que estaba torcido. Si podría liberar su pie, podría subir la pendiente.
Otro pequeño temblor empezó en su espalda, y se extendió por su barriga, intensificándose incómodamente. Lo flotó con la mano y trató de mantener inmóvil el hombro derecho.
Bueno, éste era un desastre. Pero sabía que no tenía que preocuparse. Ella podría tener que esperar aquí un poco, pero sabía que los chicos la encontrarían. Volverían de cabalgar y probablemente enloquecerían al no encontrarla.
Una punzada de culpabilidad la fastidiaba. No debería haber salido a caminar hasta que habrían regresado, pero no se había imaginado caer, no cuándo recurrió tantas veces este camino.
Se preocuparían hasta que la hallarán, era segura que la encontrarán. Hasta entonces, solo tendrá que recostarse y tratar de relajarse. Tal vez una pequeña siestecita le sacaría de su mente el dolor y su palpitante tobillo.
Su abdomen se apretó otra vez y ella acarició la barriga, tratando de alejar la molestia y ponerse cómoda. Luego cerró los ojos y se relajó.



Bella abrió sus ojos y parpadeó rápidamente, intentando darse cuenta en dónde estaba. Tembló mientras que el fresco aire de la tarde soplaba sobre su piel.
Crudo dolor se enfocaba en su estómago y se reunía en la ingle. Sentía su espalda como si alguien la apuñalaba con fuego.
Cambió de posición, tratando de sentarse, pero cayó rápidamente, cuando su cuerpo protestó.
El sol se había hundido y el crepúsculo no estaba lejos. Para la primera vez, el miedo bajó por su espina. ¿Por qué aún no la han encontrado? No quería quedarse tras oscurecer. Maldita sea, quería ir a casa y pasar la noche en los brazos de los hombres que amaba.
Se escuchó un ruido. Ella se esforzó en oír. ¿Era su nombre?
El ruido se acercó.
Ella trató de liberar su pie, pero no lo consiguió. Sabiendo que tenía que esperar hasta que la encuentren, gritó tan fuerte como pudo.
Unos segundos más tarde, polvo y piedras cayeron como lluvia sobre su cabeza.
— ¿Bella? —La frenética voz de Edward la alcanzó.
— ¡Edward! ¡Estoy aquí abajo! —ella gritó ronca.
Unos segundos más tarde, Edward se deslizó por la pendiente. Antes de de poder decir algo, la abrazó.
— ¿Dios mío, Bella, estás bien? ¿Qué pasó? —la preguntó, mientras se apartaba.
Sus manos temblaban mientras acariciaba su cuerpo, tocándola, asegurándose que estaba bien. Cogió el radio y lo acercó a sus labios.
—Emmet, Jasper, la he encontrado. Se cayó por la pendiente de detrás del granero. Arriba, donde le gusta sentarse.
Tiró la radio mientras que los demás decían que estaban en el camino.
— ¿Estás herida? —preguntó él ansiosamente—. ¿Qué pasó?
—Mi pie está atrapado —dijo ella—. Me retorcí el tobillo. No lo podía liberar. Y creo que me disloqué el hombro, pero lo puedo mover así que no está tan mal.
Edward soltó su pie y lo tocó tiernamente.
—No creo que está roto —dijo él, con evidente alivio en su voz—. Está hinchado, pero parece ser un esguince.
Se le cortó el aliento mientras que su barriga se apretó otra vez, esta vez mucho más doloroso que antes.
— ¡Oh!
Edward la miró rápidamente, la preocupación arrugaba su frente.
— ¿Qué te pasa?
Un repentino chorro de humedad bajó por sus piernas. Seguido de otro espasmo en su vientre. Oh Dios, era tan estúpida. Estaba de parto. ¿No se suponía que dolía más que esto? Todo lo que había sentido fue una suave incomodidad. Menos dolor, pero el problema era que lo sintió todo el día. ¿Llevaba de parto tanto tiempo?
—Edward, creo que acabo de romper las aguas —trató de quitar la ansiedad de su voz, pero sabía que falló miserablemente—. Y duele. Creo que estoy de parto.
Edward se puso pálido.
— ¿Cuánto tiempo?
—Creo que todo el día.
Él maldijo.
— ¿Por qué no dijiste nada? —Exigió él—.¿Por qué saliste fuera?
Las lágrimas llenaron sus ojos, mientras que otra contracción la dejó sin aliento.
—No lo sabía —gritó ella mientras que caían lágrimas por sus mejillas— no me di cuenta. Lo siento.
Él la abrazó y la meció.
—Lo siento, bebé. Me asusté tanto. Dios mío, no te podíamos encontrar por ninguna parte. Estaba tan asustado de perderte. —levantó la cabeza y miró alrededor—. Dios mío ¿Maldita sea, dónde están?-
Ella se agarró de sus brazos y gimió suavemente, mientras tenía otra contracción. La mano de Edward temblaba, mientras comprobaba su reloj.
—Menos de dos minutos desde la última.
— ¡Edward!
Bella y Edward miraron hacia arriba y vieron a Emmet.
— ¡Aquí abajo! Necesitaré ayudar subirla —le llamó Edward. Él miró a Bella y apretó su mano—. No te preocupes, mi amor. Cuidaremos de ti.
Ella asintió.
—Sé que lo harán.
Emmet se deslizado unos segundos más tarde y se arrodilló al lado de Bella, terriblemente preocupado.
— ¿Estás bien, bebé?
Ella asintió.
—Está de parto, Emmet.
Emmet se acercó a Edward.
— ¿Estás segura?
—Estoy segura —dijo Bella secamente.
—Mierda —juró Emmet—. Tenemos que bajarla de la montaña.
Ella levantó una mano y acarició afectuosamente su mejilla.
—No hay tiempo.
— ¿Cómo que no hay tiempo? —exigió Emmet.
—Sus contracciones son demasiado seguidas —dijo Edward gravemente—. Creo que está cerca.
La cara de Emmet se drenó de color y el pánico llameó en sus ojos. Escucharon a Jasper gritar de lo alto, y Emmet elevó su cabeza.
—No bajes —gritó él—. La subiremos.
Emmet se agachó y levantó gentilmente a Bella en los brazos. Inclinó la cabeza hacia Edward.
—Sube, tendremos que trasladarla. No quiero caerme con ella. —Edward subió la cuesta, parándose a pocos pasos. Aseguró sus pies y cogió a Bella. Emmet se movió cuidadosamente, alcanzándola a Edward. Luego la aflojó en los brazos de su hermano, quién la subía poco a poco.
Cuando alcanzaron la cima, Jasper la recogió, abrazándola apretadamente contra su pecho. Su aliento eran desigual y su corazón golpeaba con fuerza contra su mejilla.
—Gracias a Dios que estás bien —murmurado Jasper, besándole en la frente.
—Está de parto —dijo Emmet mientras que él y Edward subían a su lado.
El abrazo de Jasper se apretó alrededor de ella.
—Ve por sus cosas. La tomaré al Rover.
—No hay tiempo.
— ¿Cómo que no hay tiempo? —exigió Jasper.
—Tendrá que ser aquí —dijo Emmet quedamente—. Sus contracciones son demasiado cercanas. No tenemos tiempo para llevarla al pueblo.
Bella gimió, teniendo otra contracción, esta vez mucho más fuerte que la última. Jasper juró y salió corriendo. Emmet y Edward se apresuraron hacia la cabaña.
—Jasper, estoy bien —dijo jadeando—. No tienes que preocuparte.
Él besó su frente otra vez, mientras se acercaba a la cabaña.
—Siempre me preocuparé por ti, muñeca.
Cuando entraron la casa, Emmet y Edward se apresuraron hacia el dormitorio.
—Ponla aquí —indicó Emmet, señalando la cama—. Necesitamos evaluar la situación. Edward, coge el teléfono y ve si la comadrona puede subir ahora.
Jasper la dejo en la cama, mientras tenía otra contracción. Ella cerró los ojos, apretando los dientes. Para algo que no había sido doloroso durante todo el día, ahora compensaba el tiempo perdido.
Emmet acarició su cara con manos preocupado, quitándole el pelo de los ojos.
—Voy a desnudarte, cariño. Necesito ver qué pasa.
Ella inclinó la cabeza y se le volvió a cortar el aliento, mientras que otra contracción seguía estrechamente a la última.
Emmet arrancó su ropa, teniendo cuidado con sus heridas. Jasper permaneció inmóvil al lado de la cama, su cara llena de pánico.
— ¡Oh, Dios, Emmet, siento como necesitará empujar!
Emmet le quitó los pantalones y echó un vistazo a los ojos asustados que lo miraban fijamente. Su tripa se apretó tanto, que no podía pensar correctamente. Pero sabía que tenía que tranquilizarse e intentar hacer que para Bella sea lo más fácil posible.
—Escúcheme, cariño. Necesito que intentes calmarte y respirar profundo. No empujes si te puedes abstener.
Edward volvió, caminando rápidamente.
—Está en el camino, pero va a tardar un rato.
—No tenemos un rato —musitó Emmet.
— ¿Qué vamos a hacer? —Preguntó Jasper mientras se unía a sus hermanos—. ¡No sé como traer un bebé al mundo!
Emmet se encogió, tratando de quitar el pánico de su voz.
—Nosotros hemos traído potros al mundo. No puede ser muy distinto.
Bella levantó su cabeza de la cama y lo miró malhumorada.
No me acabas de comparar con un caballo.
Él sonrió abiertamente, sintiendo que el agarre de su pecho se retiraba un poco. Podrían hacer esto. Lo harían. Bella dependía de ellos.
—Edward, ve por detrás de ella y haz lo mejor que puedes para que mantenga la calma —él dijo en voz bajo—. Jasper, tú y yo necesitamos lavarnos y después me tienes que traer algunos suministros. Necesito algo que sujete el cordón umbilical y necesito una de esas jeringas que tenemos en la caja de primeros auxilios. Trae cualquier otra cosa que pienses que necesitamos porque no puedo pensar bien, ni para salvar mi vida. Y rápidamente.

La mujer de los cullen


CAPÍTULO  32


El estaba siendo la peor clase de asno. Emmet se paró en la puerta del salón, mirando fijamente al resto de su familia. Una familia que, en su mayor parte, había evitado durante los últimos tres días.
Bella estaba tumbada en el sofá, la cabeza en el regazo de Jasper y las piernas estiradas a través de Edward. Jasper le acariciaba ociosamente el pelo con los dedos, mientras miraba la película. Edward frotaba los pies de Bella y ella estaba profundamente dormida.
Echaba de menos tocarla, sentirla en sus brazos. Siempre que estaba a su alrededor, su necesidad era un dolor palpable. Quería llevarla a la cama y follarla de una docena de formas diferentes. Y ahí yacía el problema.
Jasper alzó la mirada hacia él, levantando una ceja en una silenciosa pregunta. A pesar de su impulso de dar la vuelta y alejarse de la tierna escena de delante, en vez de eso, se sintió obligado a entrar.
No había pretendido herirla. Dios sabía que haría todo lo que fuera por no herirla, pero su intención de eludirla había hecho justo eso.
— ¿Puedes levantarla sin despertarla? —susurró Emmet a Jasper.
Jasper sonrió.
—En este momento una manada de elefantes podría atravesar esto y no se movería.
—Me gustaría algún tiempo a solas con ella —dijo Emmet, dudando.
Los tres no hacían a menudo peticiones de su tiempo. Parte de hacer que la relación funcionara, era no abrigar celos ni hacerla escoger entre ellos. Pero cada cierto tiempo, necesitaban tiempo a solas con ella. Era una necesidad que todos reconocían y respetaban.
—Claro —dijo Jasper suavemente. Salió suavemente del sofá, apartándole la cabeza de su regazo y colocándosela cómodamente en el cojín. Edward hizo lo mismo, y los dos dejaron el cuarto.
Emmet miró fijamente hacia abajo durante un largo momento, antes de deslizarse finalmente en el sofá, a su lado. Cuando le levantó la cabeza, ella se movió y se acurrucó más cerca.
Pasó la mano por toda la longitud de su cuerpo, disfrutando de la sensación de su suavidad, sus curvas, su vientre hinchado. No podía esperar a conocer a su hijo. Finalmente, su familia estaría completa.
Ella se movió contra él, y sus ojos revolotearon, abriéndose. Parpadeó y luego sonrió, sus ojos suavizándose con amor. Esa mirada nunca dejaba de cortarle la respiración. Su amor era el regalo más grande que había recibido nunca, y no era uno que tuviera la intención de perder.
—Te he echado de menos —susurró ella.
Se inclinó y la besó en la frente, mientras que los dedos trazaban un camino por su cuello.
—He sido un asno. Lo siento.
Ella levantó la cabeza para que los labios se encontraran con los suyos.
—Te amo. No eres un asno.
— ¿Podríamos ir a la cama? ¿Solo tú y yo esta noche? Quiero sostenerte a ti y a nuestro bebé —dijo.
Sus ojos resplandecieron y asintió.
—Me gustaría.
La ayudó a incorporarse y ella alzó las piernas sobre el sofá, mientras Emmet se ponía de pie. El se estiró para empujarla a su lado y luego la acunó en sus brazos, mientras se dirigían al dormitorio.
Las manos de Bella se curvaron confiadamente alrededor de su cuello. El bebé pateó y giró contra su pecho, y su puño se apretó alrededor de ella, mientras que una oleada de emoción barría por él.
Cuidadoso de no darle empujones, la sentó en la cama. Alcanzó las cubiertas y las empujó, colocándolas alrededor de su cuerpo. Cuando acabó, se arrastró a su lado y tiró del edredón sobre ellos.
La empujó más cerca de él, disfrutando de la sensación de su suave piel contra la suya.
—Lo siento si herí tus sentimientos, cariño —murmuró—. No quiero que pienses algo equivocado sobre el porqué no te hago el amor.
Ella hizo una mueca y luego en sus labios apareció en una sonrisa triste.
—Es tu manera de ser sobre protector, pero te amo mucho —dijo—. Y entiendo el porqué. No estoy de acuerdo, pero no voy a tomarlo como algo personal.
—Bien. Porque, cariño, si te quisiera más, ardería espontáneamente. Pero si te hiero… nunca me lo perdonaría.
Ella le acarició la mejilla con la mano y le acunó la mandíbula en su palma.
—Deja de torturarte. Solo sostenme. Te necesito tanto.
El corazón de Emmet dio un vuelco, y sintió una ráfaga fuerte de amor en sus palabras.
—Yo también te necesito, cariño. Nunca sabrás cuanto. Haría lo que fuera por ti. Espero que sepas eso.
Ella se levantó para besarlo.
—Si te prometo no volver a intentar violarte, ¿pararías de evitarme?
El se echó a reír. La sostuvo cerca, el pecho sacudiéndolos a los dos, mientras reía entre dientes.
—Haré un trato. Tan pronto como tengas a nuestro bebé y suficiente tiempo para curarte, te dejaré violarme todo lo que quieras.

La mujer de los cullen


CAPÍTULO  31


Bella no notó las fijas y sospechosas miradas de Emmet y Jasper, cuando reapareció en la cocina a la hora de comer. Las miradas inquisitivas se volvieron ceños, cuando Edward entró a zancadas detrás de ella, con una sonrisa satisfecha curvándole los labios.
Continuaron frunciéndole el entrecejo durante toda la comida, hasta que finalmente Edward se disculpó, diciendo entre dientes algo acerca de verificar los caballos. Bella sonrió y miró hacia abajo para que los otros no vieran su reacción.
—Voy a tomar una ducha —murmuró Jasper, mientras recogía su plato.
Emmet continuó picoteando su comida, mirando fijamente a Bella, a cada rato. Ella esperó hasta que Jasper se fue, recogiendo casualmente su propio plato durante unos pocos minutos.
Evitó la mirada fija de Emmet y se dirigió hacia el cuarto de baño.
Los espejos no estaban empañados todavía, cuando se deslizó dentro. El sonido de la ducha resonaba en el gran cuarto de baño, y podía sentir el frío de la ducha, a través del cuarto. Suprimió una risita. Una ducha fría no le haría ningún bien una vez que saliera y la encontrara desnuda y esperando.
Se retorció, desnudándose, y tiró los pantalones y la camisa. El agua se detuvo y Ethan salió de la ducha, estirándose por una toalla en el armario. Todavía no la había visto, y ella se aprovechó de la sorpresa.
Silenciosamente, cerró la distancia de entre ellos y estiró la mano para acariciar su trasero. El se tensó, mientras que su brazo serpenteaba alrededor de su cadera, bajando hasta la ingle.
La polla se hinchó en su mano, y sonrió.
El gimió suavemente.
—No juegas limpio, muñeca.
Le dio un beso en el centro de la espalda, mordisqueando un sendero hacia arriba por su espina dorsal.
—Tu tampoco —murmuró.
El se estremeció contra los labios, se dio la vuelta para encararla, sosteniendo la toalla sobre la ingle. Enmarcó su cara con una mano y se inclinó para besarla. Ella sabía lo que era. Un rechazo.
Al infierno con eso.
Tiró lejos de la toalla y acunó su erección con las manos, deslizando valientemente los dedos sobre la longitud.
—Te daré las mismas dos opciones que le ofrecí a Edward —dijo, dirigiéndole una severa mirada—. Puedes rendirte como un buen chico o sufrir la ira de una hormonal y embarazada mujer.
El contuvo el aliento y lo dejó salir con una Maldición.
—Sabía que el gilipollas se rindió.
Ella sonrió malvadamente.
—Como tú también lo harás.
El arqueó una ceja, y su expresión se ablandó.
—Muñeca, no quiero herirte a ti o al bebé. Estás cansada. Hecha polvo. De ninguna manera voy a imponerte mis demandas. Puedo esperar.
Ella se levantó de puntillas y lo besó.
—Pero yo no puedo —susurró.
La miró fijamente, la indecisión arrugándole la frente. Entonces ella fue a por todas.
—Por favor.
El cerró los ojos, y ella supo que había ganado. ¿Manipuladora? Probablemente. Pero no iba a perder el tiempo sintiéndose culpable, cuando los tres tenían temores fuera de lugar, acerca de herirla.
La empujó a sus brazos, besándola profundamente. Ella gimió, mientras se fundía con su cuerpo. Necesitaba esto. Lo quería. Lo anhelaba.
—No voy a follarte otra vez en el mostrador del cuarto de baño —murmuró, mientras la recogía suavemente.
Ella se rió tontamente, mientras él la llevaba al dormitorio.


                                                
Bella dio un paso fuera de la puerta de la cocina y cerró brevemente los ojos, mientras la brisa soplaba sobre ella. Se sentía revigorizada. La fatiga tan pesada que había sentido sobre ella las últimas semanas, se había disipado y una energía refrescante había tomado su lugar. Se sentía más ligera, más libre y había dormido maravillosamente las pasadas dos noches, después de que asechara a Edward y Jasper.
Emmet… bien, él era otra historia. La había evitado durante los últimos dos días. Si no estuviera tan segura del porque, le habría herido los sentimientos, pero sabía porque corría. Pero no podría esconderse para siempre de ella.
Lo encontró en el granero, limpiando uno de los establos. Se paró a mirarlo. Sin camisa, los músculos sobresalían mientras trabajaba.
Después de unos pocos momentos, él se dio la vuelta como si presintiera su presencia. La preocupación le arrugó la frente y caminó hasta donde estaba parada.
— ¿Cariño, está todo bien?
Ella sonrió y asintió.
El frunció el cejo.
—No deberías estar aquí fuera. Deberías estar dentro, descansando.
Había más énfasis en la parte de descansar. Casi era acusatorio en su tono, desde que supo malditamente bien que había hecho el amor con Edward y Jasper.
—Quería algo de aire fresco, y honestamente, Emmet, te preocupas demasiado. Estoy bien. Me siento bien.
La atrajo en sus brazos y la sostuvo allí, durante un largo momento. El corazón latía contra la mejilla y su nariz le acarició adentrándose más en su abrazo.
Ella deslizó una mano hacia abajo, para acunar la tela que cubría la protuberancia entre sus piernas. El se retiró de prisa, separándose de ella.
Sus ojos verdes destellaron.
—Simplemente porque has conseguido que esos dos tontos estén envueltos alrededor de tu dedo meñique, no significan que conseguirás algo conmigo.
Ella arqueó una ceja.
— ¿Estás diciendo que no te tengo envuelto alrededor del dedo? —preguntó inocentemente.
Le frunció el ceño.
—Sabes malditamente bien que te daría la luna si la pidieras.
—Entonces hazme el amor —dijo suavemente—. No quiero la luna. Te quiero a ti.
El suspiró y sacudió la cabeza.
—Cariño, no puedo. No me pidas esto. Por favor. No… no puedo refrenarme. Te haré daño y eso me mataría. Me conoces. Soy rudo. Soy dominante. Es mejor si esperamos hasta que el bebé haya nacido.
—A la mierda.
Emmet levantó la cabeza, sorprendido.
— ¿Perdona?
—A la mierda —repitió. Cruzó los brazos sobre el pecho y dio golpecitos con el pie con irritación.
—Esto es un montón de mierda y lo sabes. Nunca me harías daño. Nunca has hecho nada que no haya suplicado.
La miró con la boca abierta por el choque.
Ella giró bruscamente con un arranque de furia y salió del granero pisando fuerte. Hombre irritante. Uno pensaría que había pedido que le donara un riñón, aunque probablemente hubiera estado de acuerdo con ello. ¿Pero pedirle sexo? Y el mundo se acababa. ¿No se suponía que los hombres vivían, respiraban y soñaban por el sexo veinticuatro horas al día? Claramente, nadie había compartido esa pequeña información con Emmet.



Todavía tenía un ataque del genio (y exasperación) treinta minutos después, cuando pisoteaba alrededor de la cocina, insultando a los platos. Todavía no podía cocinar algo que valiera la pena, pero al menos había dominado el aspecto de la limpieza.
Atacaba el fregadero con un estropajo de brillo, cuando unos brazos calientes se envolvieron alrededor de ella y una boca le acarició el cuello.
— ¿Emmet no coopera con tu loco esquema de seducción? —murmuró Edward contra la oreja.
Ella suspiró y recostó en sus brazos.
—Es un rígido, un dolor en mi trasero —se quejó—. Y por mí, esta noche puede dormir en el sofá.
Edward rió entre dientes y la giró en sus brazos.
—No seas tan dura con él. Sabes cómo es cuando se le mete una idea en la cabeza.
—Es una idea estúpida.
Edward la tiró contra él y descansó el mentón en la cabeza.
—Él no es fácil. Nunca ha sido fácil. Pero esto es tan duro para él, como para ti. Es como un oso con una espina en la pata.
Bella se apartó de un empujón y miró fijamente a Edward.
— ¡Pero no tiene que serlo! Eso es lo que me irrita. Es todo abnegación y ¿para qué? El no es feliz, no soy feliz.
— ¿Un masaje de pies te haría feliz? —preguntó inocentemente.
Ella paró de despotricar.
— ¿Masaje de pies?
El sonrió.
—Si vienes al salón, te daré el mejor masaje de pies que hayas tenido nunca.
Le cogió la mano y tiró de él través de la cocina. La siguió, riéndose.

La mujer de los Cullen


CAPÍTULO  30


Unas semanas más tarde

Emmet Cullen tocó un mechón del ligero pelo marrón de Bella mientras esta dormía. La espalda estaba anidada contra su pecho, el trasero contra su ingle.
Dejó que su mano se deslizara desde el pelo hasta el hombro, luego por su costado hasta el hinchado vientre. Bajo sus dedos, el bebé se movió, y su pecho se tensó con la violenta satisfacción que lo inundó.
Ella se removió inquieta y apartó la mano, no queriendo perturbar su sueño. Se cansaba fácilmente estos días, con el bebé saliendo de cuantas en dos cortas semanas desde ahora.
Con desgana, presionó un beso en su cabeza y salió cuidadosamente de la cama. Se vistió y fue en busca de sus hermanos.
Encontró a Jasper y Edward en la cocina desayunando. Alzaron la mirada cuando Emmet entró, sus miradas eran interrogantes.
— ¿Bella todavía duerme? —preguntó Jasper.
Emmet cabeceó.
—Ni siquiera se ha movido cuando salí de la cama.
—Últimamente ha estado terriblemente cansada —Edward habló más alto, la preocupación teñía su voz.
—Quería hablar con vosotros mientras duerme —dijo Emmet mientras tomaba asiento en la barra junto a sus hermanos.
La frente de Jasper se arrugó.
— ¿Es algo malo?
—No. Solo me preguntaba si no deberíamos llevar a Bella a Denver antes de que salga de cuentas. Estaba pensando en por lo menos dos semanas. No me gusta la idea de que se ponga de parto antes y nos quedemos atascados en la montaña-
—Creo que es una buena idea —dijo Edward—. La idea de que se ponga de parto me asusta a muerte-
Jasper cabeceó su acuerdo.
—Si quieres puedo llamar y reservar un piso.
—Hazlo —dijo Emmet—. Haré los arreglos con Riley, para que cuide de los caballos mientras estemos fuera.
Un ligero sonido de arrastrar los pies, hizo que Emmet y los otros se dieran la vuelta. Bella estaba de pie en la puerta, el pelo desaliñado y con oscuros círculos bajo los ojos.
—Buenos días —murmuró, mientras entraba.
Se deslizó entre los brazos de Emmet y alzó la cara por un beso. El cubrió la boca, gozando del sabor de sus dulces labios. Después de un momento, se liberó de sus brazos y se giró hacia Edward. Este la apretó entre sus brazos y la abrazó fuerte, su mano bajando tiernamente para acunar su vientre.
—Buenos días —murmuró él mientras le daba un beso suave.
Descansó un momento en los brazos de Edward, antes de ir hacia Jasper.
— ¿Cómo te sientes, muñeca? —preguntó Jasper, mientras deslizaba los brazos a su alrededor.
—Cansada —admitió—. El pequeño tiene los días y las noches un poco mezcladas y tengo miedo.
—Mantén el ritmo —dijo Jasper dijo compasivo—. Siéntate y te haré algo de comer.
Ella sacudió la cabeza.
—No tengo hambre. Aunque tomaría algo de zumo y me sentaría en el porche delantero durante un rato.
Emmet cambió miradas preocupadas con sus hermanos, mientras ella se dirigía a la nevera para servirse un vaso de zumo. Salió de la cocina andando como un pato y pocos segundos más tarde, oyeron que la puerta principal se abría y se cerraba.
—Reserva ese piso —dijo Emmet sombrío—. Nos iremos después de su siguiente reconocimiento con la comadrona.



Bella dio un paso fuera de la puerta principal y cerró los ojos, mientras la brisa fresca de septiembre soplaba sobre su cara. Dejó caer la mano libre sobre el vientre y se lo masajeó distraídamente, mientras avanzaba a la gran silla cómoda, que los chicos le habían conseguido.
Se hundió en el cojín rellenito y suspiró de alivio, mientras subía los pies en el sofá. Solo había estado de pie unos pocos minutos y ya chillaban, protestando.
Quienquiera que dijo que el embarazo era todo melocotones y sol, claramente, nunca lo había experimentado.
Sorbió el zumo y frotó la mano sobre la hinchada montaña de su estómago. En respuesta, el bebé pateó y giró, trayendo una sonrisa a la cara de Bella.
No había sido totalmente sincera con los chicos. El bebé la mantenía despierta de vez en cuando, pero últimamente su sueño había estado plagado de pesadillas. Desde que volvió con los hombres a los que amaba más que nada, había tenido miedo de que algo sucediera y los separara otra vez.
Había noches cuando despertaba, bañada en sudor que se estiraba para asegurarse de que todavía estaban allí. Especialmente Edward. Ya no se levantaba para volver a su cuarto. Él parecía tan ansioso como ella de asegurarse de que nada se interpusiera entre ellos otra vez.
Ella le tocaba a menudo, asegurándose, combatiendo las imágenes de él recibiendo un disparo. Tan pronto como parecía que Emmet y Jasper se estiraban a por ella, el miedo a perderla era frecuente.
Todos luchaban contra sus demonios de maneras diferentes, y francamente, Bella estaba preparada para ir más allá del temor paralizador. Preparada para asentarse con los hombres que amaba y vivir la vida juntos.
La puerta se abrió y miró de reojo para ver a Jasper mirándola con preocupación. Se acercó y se sentó en la ancha silla a su lado, pasando un brazo alrededor de hombros.
Se inclinó para besar su sien y ella cerró sus ojos con placer.
— ¿Cómo vas, muñeca? —preguntó con voz tierna.
Colocó la mano libre sobre el vientre y lo acarició de arriba y abajo, con un movimiento consolador.
Ella suspiró y se inclinó más adentro en su abrazo. Él le besó la cima de la cabeza, mientras la atraía a descansar contra su pecho. Empezó a frotarle la espalda, masajeando y amasando los músculos.
Un bajo gemido del placer se formó en la garganta de Bella.
— ¿Se siente bien? —preguntó.
—Aja. —La lengua se sentía demasiado gruesa como para formar palabras. Los ojos se cerraron con cansancio contra su pecho, mientras continuaba frotando. Las noches en blanco se absorbían, mientras Jasper hacía magia con sus manos. Las pestañas revolotearon y luchó por intentar permanecer despierta.
Jasper miró hacia abajo, mientras los ojos de Bella se cerraban en su batalla por mantenerse despierta. Continuó acariciándole la espalda, disfrutando de la sensación de ella en sus brazos. El silencio la instaba a someterse al deseo de dormir. Dios sabía que lo necesitaba.
Odiaba que todavía luchara contra las pesadillas. Oh, ella nunca lo admitiría, pero oía sus callados quejidos, sentía sus estremecimientos y temblores en su sueño. Los otros estaban igual de conscientes.
La sostenían, asegurándose de que nunca estuviera sola durante la noche. Cuando empezaban las pesadillas, la sostenían, la consolaban, pero se sentían impotentes, mientras su terror continuaba.
Miró hacia abajo otra vez, para ver su cara enterrada en el pecho. Esperó, queriendo asegurarse de que no la despertaría, cuando la llevara adentro.
Giró la cabeza, cuando oyó que se abría la puerta principal. Levantó el dedo hasta los labios, cuando Edward se deslizó fuera. Los ojos de Edward barrieron ávidamente sobre Bella, la preocupación oscureciéndole sus ojos azules.
—Voy a llevarla dentro —dijo Jasper calladamente—. Abre la puerta si no te importa.
Con gran cuidado, Jasper liberó el brazo de alrededor de Bella y se puso de pie. Entonces se inclinó y curvó sus brazos debajo de ella, levantándola contra su peche. Se movió lentamente hacia la puerta, parando cuando ella le acarició el cuello con la mejilla.
Cuándo se recostó, avanzó por la puerta que Edward tenía abierto para él. Anduvo hasta el dormitorio y la acostaba con cuidado en la cama. Hizo un sonido de protesta, cuando se alejó de ella. Tomando sólo un segundo en desatarse los zapatos, se arrastró a la cama con ella y la abrazó.
Ella dejó salir un suspiro dulce de contento, mientras se acurrucaba en sus brazos. Empezó a frotarle la espalda otra vez, como había hecho en el porche, hasta que se relajara completamente en su abrazo. Pronto, su respiración se filtró por la habitación, y Jasper cerró los ojos, contento de yacer allí con la mujer que amaba llenando sus brazos.



Cuándo Bella se despertó, registró primero que Jasper ya no estaba delante de ella. Pero estaba sujeta contra una espalda dura y una mano descansaba de manera posesiva en su abdomen redondeado. Sonrió. Edward.
Ella parpadeaba la nube del sueño de sus ojos y se maravilló de cuán mejor se sentía. Parte de ello era por las horas extras de sueño que había necesitado, pero la otra parte, era la tranquilidad que sentía con Edward, curvado alrededor de su cuerpo.
Queriendo enfrentarlo, luchó por girarse, una proeza que no tan sencilla estos días. Unas manos suaves la ayudaron y unos labios calientes se encontraron con los suyos, tan pronto como se acomodó.
Ella suspiró contenta, mientras Edward profundizaba su beso, su lengua acariciando la suya. Deslizó una mano sobre su pecho desnudo y luego hasta sus hombros, donde descansaba la cicatriz fruncida del disparo.
Lágrimas inesperadas empañaron su visión, mientras revivía una vez más el horror de aquella noche. Malditas hormonas del embarazo. Era un ambulante caso perdido, estos días.
 —No vas a perderme —murmuró Edward mientras se apartaba de su boca.
Una lágrima se deslizó por la mejilla. Dios, ella necesitaba esa tranquilidad. Últimamente, el corazón se le detenía cada vez que lo miraba.
—Te amo —dijo ella, su voz susurrante por la emoción.
—Yo también te amo —dijo él bruscamente.
El bebé pateó y giró entre ellos y la cara de Edward se relajó con una amplia sonrisa.
— ¿Hoy está activo, verdad?
Él movió la mano hasta la cintura de los pantalones de chándal y los bajó, hasta que desnudó el vientre. Sus dedos acariciaron reverentemente la piel tensa. Entonces, se agachó para presionar los labios en el pequeño bulto bajo las costillas.
— ¿Eso es el pie? —preguntó.
Bella rió entre dientes.
—Podría ser. No puedo mantener el ritmo, se mueve tan rápido.
El deslizó la mano arriba, apartando su camisa hasta que acunó un pecho lleno. Luego se inclinó otra vez y besó el pezón hinchado.
—Te he echado de menos —dijo simplemente, y ella supo que quería decir sus relaciones sexuales.
Ella gimió suavemente, mientras él arremolinaba la punta de un dedo alrededor de la punta fruncida, dejando la humedad de su lengua.
—Yo también te he echado de menos —murmuró ella.
En realidad, estaba a punto de chillar de frustración. No habían hecho el amor en semanas. Sabía que estaban siendo considerados con su molestia, pero era una innecesaria restricción por su parte.
No habían sido nada, sino terriblemente gentiles desde que había vuelto a ellos, nunca tomándola como antes. Le hicieron el amor reverentemente, casi como si tuvieran miedo de que le hagan daño involuntariamente.
Seguramente, no pasaba ni un día, una hora, sin que la tocaran, acariciaran, ducharan con ternura, pero no era lo mismo que hacer el amor.
—No me romperé —dijo ella deliberadamente.
Un suspiro desigual de frustración, salió del pecho de Edward.
—No quiero herirte a ti o al bebé. Emmet, Jasper y yo hemos discutido esto. Pensamos que sería mejor esperar hasta después del nacimiento del bebé-
Bella frunció el ceño. Se levantó sobre un codo y miró a Edward.
—Déjame poner esto en claro. ¿Tú y tus hermanos decidisteis, por vuestra cuenta, sin consultarme, que os abstendríais hasta después de que nazca el bebé?
La miró cuidadosamente.
—Uh, si.
Ella apretó los labios en una línea apretada.
—Ya veo. ¿Y nunca se os ocurrió que quizá yo no tenía deseo de abstenerme? ¿Desde cuándo tomáis mis decisiones por mí?
El la miró en completa confusión, la mirada de un hombre que sabía que estaba arrinconado y no tenía ni idea de que decir para salir de ello.
Ella casi sonrió, pero arruinaría completamente la severa mirada que intentaba echarle. En vez de eso, se inclinó y presionó los labios contra su pecho. Lamió las líneas de entre los duros músculos, bajando para explorar sus rígidos muslos abdominales.
El aliento le escapó en un largo silbido.
—Bella, no creo… no creo que esto sea una buena idea.
Ella levantó la cabeza para mirarlo a los ojos.
—Ese es tu problema. Piensas demasiado.
Se deslizó fuera de la cama solo el tiempo suficiente para quitarse sus ropas, antes de arrastrarse de vuelta encima de él.
Los dedos bajaron hasta el botón de sus vaqueros.
—La manera en que lo veo, tienes dos elecciones —empezó—. Una, puedes quitarte los vaqueros como un buen chico, o dos, puedes sufrir la ira de las hormonas locas de una mujer embarazada.
—Bien, cuando lo pones así.
Las manos se movieron, para bajarse torpemente los vaqueros. Los sacudió, mientras los empujaba por las caderas. Unos pocos segundos más tarde, estaba desnudo, su polla tensa hacia arriba.
Una oleada de deseo se disparó por su sistema, dejándola jadeante. Sin darle tiempo para cambiar de idea, puso las manos en su pecho, para sujetarse y pasó una pierna sobre las caderas. Las manos de él la sostuvieron por los hombros, mientras se estiraba para posicionar la polla en la entrada de su coño. Luego, se hundió, enfundándolo en un movimiento.
Edward arqueó su cabeza, los ojos eran cerrados, mientras apretaba los dientes. Ella sonrió. Quizás le faltaba un poco de práctica, pero no era su culpa, dado que ellos no habían sido participantes exactamente dispuestos. Pero iba a remediar eso. Empezando por ahora.
Las manos de Edward se deslizaron por su cuerpo, sobre las curvas e hinchazones, hasta que se asentaron en las caderas. Ella empezó una cabalgada lenta y sensual, decidida a castigarlo por haberse reprimido con ella. Él estaría pidiendo clemencia, antes de acabar con él. Se inclinó hacia delante, permitiendo que su pelo cayera sobre el pecho, mientras continuaba girando las caderas. Un placer exquisito, dolorido, se construía en su pelvis, curvándose como fuego en el abdomen. Dios, lo había echado de menos.
Los dedos se curvaron en el pecho. Jadeó, mientras sentía el lento alzamiento del orgasmo. No, no acabaría tan rápidamente. Se hundió otra vez y se detuvo, disfrutando de la sensación de él, clavado tan profundamente dentro de ella.
—Jesús, Bella, no puedes pararte ahora.
El bajo y desesperado sonido de su voz, mandó un estremecimiento por su pecho. Le miró fijamente a los ojos y sonrió traviesa. Levantó las caderas una diminuta pulgada antes de deslizarse hacia abajo.
—Te aprovechas de hecho que no puedo devolverte esto —se quejó Edward.
Las manos viajaron alrededor de las caderas, para acunar su trasero. Se arqueó dentro de ella, empujando más profundamente.
Ella sabía que no iba a durar mucho. Y entonces, el movió una mano entre sus piernas. Los dedos encontraron su clítoris y empezaron a acariciar la carne temblorosa. De dio por vencida de hacerle sufrir y reanudó el ritmo.
Las rodillas se clavaron en los costados, mientras que su cuerpo se tensaba. Cada músculo se tensó, estirándose, rogando por liberación. El aliento se escapó de sus pulmones, como fuego.
Edward se levantó y dejó salir un grito, mientras su cálida semilla la inundaba. Unos pocos segundos más tarde, el orgasmo ardió sobre ella, liberando mil burbujas diminutas, explotando en una punzada de placer.
El la agarró, mientras se desplomaba hacia delante. Suavemente, la colocó con cuidado a su lado, curvando sus brazos a su alrededor, mientras la sostenía cerca. Los dos intentaban recuperar el aliento, mientras que sus corazones latían erráticamente por las secuelas.
Le besó el pelo, acariciándole la espalda con una mano, mientras ella se estremecía con réplicas.
— ¿Te he hecho daño? —le preguntó contra la oreja.
Ella sacudió la cabeza y le acarició con la nariz.
—Emmet y Jasper patearán mi culo por esto —dijo él irónico.
Ella sonrió y se empujó para mirarlo.
—No, no lo harán. No tengo intención de darles la oportunidad.
—Uh, oh.
—No te preocupes por tus hermanos —dijo ella—. Tengo planes para ellos.