viernes, 14 de septiembre de 2012

La mujer de los cullen


CAPÍTULO  31


Bella no notó las fijas y sospechosas miradas de Emmet y Jasper, cuando reapareció en la cocina a la hora de comer. Las miradas inquisitivas se volvieron ceños, cuando Edward entró a zancadas detrás de ella, con una sonrisa satisfecha curvándole los labios.
Continuaron frunciéndole el entrecejo durante toda la comida, hasta que finalmente Edward se disculpó, diciendo entre dientes algo acerca de verificar los caballos. Bella sonrió y miró hacia abajo para que los otros no vieran su reacción.
—Voy a tomar una ducha —murmuró Jasper, mientras recogía su plato.
Emmet continuó picoteando su comida, mirando fijamente a Bella, a cada rato. Ella esperó hasta que Jasper se fue, recogiendo casualmente su propio plato durante unos pocos minutos.
Evitó la mirada fija de Emmet y se dirigió hacia el cuarto de baño.
Los espejos no estaban empañados todavía, cuando se deslizó dentro. El sonido de la ducha resonaba en el gran cuarto de baño, y podía sentir el frío de la ducha, a través del cuarto. Suprimió una risita. Una ducha fría no le haría ningún bien una vez que saliera y la encontrara desnuda y esperando.
Se retorció, desnudándose, y tiró los pantalones y la camisa. El agua se detuvo y Ethan salió de la ducha, estirándose por una toalla en el armario. Todavía no la había visto, y ella se aprovechó de la sorpresa.
Silenciosamente, cerró la distancia de entre ellos y estiró la mano para acariciar su trasero. El se tensó, mientras que su brazo serpenteaba alrededor de su cadera, bajando hasta la ingle.
La polla se hinchó en su mano, y sonrió.
El gimió suavemente.
—No juegas limpio, muñeca.
Le dio un beso en el centro de la espalda, mordisqueando un sendero hacia arriba por su espina dorsal.
—Tu tampoco —murmuró.
El se estremeció contra los labios, se dio la vuelta para encararla, sosteniendo la toalla sobre la ingle. Enmarcó su cara con una mano y se inclinó para besarla. Ella sabía lo que era. Un rechazo.
Al infierno con eso.
Tiró lejos de la toalla y acunó su erección con las manos, deslizando valientemente los dedos sobre la longitud.
—Te daré las mismas dos opciones que le ofrecí a Edward —dijo, dirigiéndole una severa mirada—. Puedes rendirte como un buen chico o sufrir la ira de una hormonal y embarazada mujer.
El contuvo el aliento y lo dejó salir con una Maldición.
—Sabía que el gilipollas se rindió.
Ella sonrió malvadamente.
—Como tú también lo harás.
El arqueó una ceja, y su expresión se ablandó.
—Muñeca, no quiero herirte a ti o al bebé. Estás cansada. Hecha polvo. De ninguna manera voy a imponerte mis demandas. Puedo esperar.
Ella se levantó de puntillas y lo besó.
—Pero yo no puedo —susurró.
La miró fijamente, la indecisión arrugándole la frente. Entonces ella fue a por todas.
—Por favor.
El cerró los ojos, y ella supo que había ganado. ¿Manipuladora? Probablemente. Pero no iba a perder el tiempo sintiéndose culpable, cuando los tres tenían temores fuera de lugar, acerca de herirla.
La empujó a sus brazos, besándola profundamente. Ella gimió, mientras se fundía con su cuerpo. Necesitaba esto. Lo quería. Lo anhelaba.
—No voy a follarte otra vez en el mostrador del cuarto de baño —murmuró, mientras la recogía suavemente.
Ella se rió tontamente, mientras él la llevaba al dormitorio.


                                                
Bella dio un paso fuera de la puerta de la cocina y cerró brevemente los ojos, mientras la brisa soplaba sobre ella. Se sentía revigorizada. La fatiga tan pesada que había sentido sobre ella las últimas semanas, se había disipado y una energía refrescante había tomado su lugar. Se sentía más ligera, más libre y había dormido maravillosamente las pasadas dos noches, después de que asechara a Edward y Jasper.
Emmet… bien, él era otra historia. La había evitado durante los últimos dos días. Si no estuviera tan segura del porque, le habría herido los sentimientos, pero sabía porque corría. Pero no podría esconderse para siempre de ella.
Lo encontró en el granero, limpiando uno de los establos. Se paró a mirarlo. Sin camisa, los músculos sobresalían mientras trabajaba.
Después de unos pocos momentos, él se dio la vuelta como si presintiera su presencia. La preocupación le arrugó la frente y caminó hasta donde estaba parada.
— ¿Cariño, está todo bien?
Ella sonrió y asintió.
El frunció el cejo.
—No deberías estar aquí fuera. Deberías estar dentro, descansando.
Había más énfasis en la parte de descansar. Casi era acusatorio en su tono, desde que supo malditamente bien que había hecho el amor con Edward y Jasper.
—Quería algo de aire fresco, y honestamente, Emmet, te preocupas demasiado. Estoy bien. Me siento bien.
La atrajo en sus brazos y la sostuvo allí, durante un largo momento. El corazón latía contra la mejilla y su nariz le acarició adentrándose más en su abrazo.
Ella deslizó una mano hacia abajo, para acunar la tela que cubría la protuberancia entre sus piernas. El se retiró de prisa, separándose de ella.
Sus ojos verdes destellaron.
—Simplemente porque has conseguido que esos dos tontos estén envueltos alrededor de tu dedo meñique, no significan que conseguirás algo conmigo.
Ella arqueó una ceja.
— ¿Estás diciendo que no te tengo envuelto alrededor del dedo? —preguntó inocentemente.
Le frunció el ceño.
—Sabes malditamente bien que te daría la luna si la pidieras.
—Entonces hazme el amor —dijo suavemente—. No quiero la luna. Te quiero a ti.
El suspiró y sacudió la cabeza.
—Cariño, no puedo. No me pidas esto. Por favor. No… no puedo refrenarme. Te haré daño y eso me mataría. Me conoces. Soy rudo. Soy dominante. Es mejor si esperamos hasta que el bebé haya nacido.
—A la mierda.
Emmet levantó la cabeza, sorprendido.
— ¿Perdona?
—A la mierda —repitió. Cruzó los brazos sobre el pecho y dio golpecitos con el pie con irritación.
—Esto es un montón de mierda y lo sabes. Nunca me harías daño. Nunca has hecho nada que no haya suplicado.
La miró con la boca abierta por el choque.
Ella giró bruscamente con un arranque de furia y salió del granero pisando fuerte. Hombre irritante. Uno pensaría que había pedido que le donara un riñón, aunque probablemente hubiera estado de acuerdo con ello. ¿Pero pedirle sexo? Y el mundo se acababa. ¿No se suponía que los hombres vivían, respiraban y soñaban por el sexo veinticuatro horas al día? Claramente, nadie había compartido esa pequeña información con Emmet.



Todavía tenía un ataque del genio (y exasperación) treinta minutos después, cuando pisoteaba alrededor de la cocina, insultando a los platos. Todavía no podía cocinar algo que valiera la pena, pero al menos había dominado el aspecto de la limpieza.
Atacaba el fregadero con un estropajo de brillo, cuando unos brazos calientes se envolvieron alrededor de ella y una boca le acarició el cuello.
— ¿Emmet no coopera con tu loco esquema de seducción? —murmuró Edward contra la oreja.
Ella suspiró y recostó en sus brazos.
—Es un rígido, un dolor en mi trasero —se quejó—. Y por mí, esta noche puede dormir en el sofá.
Edward rió entre dientes y la giró en sus brazos.
—No seas tan dura con él. Sabes cómo es cuando se le mete una idea en la cabeza.
—Es una idea estúpida.
Edward la tiró contra él y descansó el mentón en la cabeza.
—Él no es fácil. Nunca ha sido fácil. Pero esto es tan duro para él, como para ti. Es como un oso con una espina en la pata.
Bella se apartó de un empujón y miró fijamente a Edward.
— ¡Pero no tiene que serlo! Eso es lo que me irrita. Es todo abnegación y ¿para qué? El no es feliz, no soy feliz.
— ¿Un masaje de pies te haría feliz? —preguntó inocentemente.
Ella paró de despotricar.
— ¿Masaje de pies?
El sonrió.
—Si vienes al salón, te daré el mejor masaje de pies que hayas tenido nunca.
Le cogió la mano y tiró de él través de la cocina. La siguió, riéndose.

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