lunes, 10 de septiembre de 2012

La mujer de los Cullen


                                                                 CAPÍTULO  10


A Bella la abandonó todo el coraje, mientras se acercaba a Edward. Como si la sintiera acercándose, se volvió, después de cerrar la puerta y la estudió durante un momento.
— ¿Quieres algo?
¡Qué pregunta! Ella tragó una vez, y otra vez.
—Te deseo —dijo rápidamente.
Él le dedicó una sonrisa sensual y arrogante.
—Entonces ven y cógeme —dijo, y extendió sus brazos en señal de rendición.
Temblaba nerviosa, pero caminó lentamente hacía él. Miró fijamente hacía la excitación que no ocultaban sus pantalones, excitación que se hizo más evidente con su proclamación. Sabía exactamente lo que quería hacer con él. Quería saborearlo de nuevo, como hizo anteriormente.
Alcanzó el botón de sus vaqueros, y lo oyó como comenzaba a jadear, cuando abrió la cremallera hasta el borde de la ropa interior.
—Sácatelos —susurró ella—. Quiero verte desnudo.
De alguna manera, la imagen de él sacando su verga, la excitaba de una manera salvaje. Quería que aquella imagen cobrara vida.
—Ponte de rodillas —le ordenó él.
Accedió apresuradamente, y metió la mano en su pantalón, retiró su verga. Se acercó, queriendo tocarlo. Lo rodeó con las manos y lo acercó a sus labios, estaba duro como una piedra. Sacó su lengua y delicadamente la enrolló en torno de la cabeza. Él se estremeció, gimió y empujó, buscando su boca.
Ella colocó su mano alrededor de su verga y la dirigió hacia su boca. Lo dejó deslizarse por sus labios por algunos instantes, antes de chuparlo suavemente.
— ¡Oh, Dios mío! Soy tuyo, cómelo todo.
Enredó su mano en sus pelos mientras empujaba la verga en su boca.
Le encantaba el contraste entre la piel suave y lisa, y su dureza de hierro. Tenía un gusto exótico, todo macho, como su olor. Deslizó la verga hasta el fondo de su garganta. Quería más. Quería hacerlo gozar. Quería hacerlo sentir tan descontroladamente, como él la hacía sentirse en sus brazos.
Los suaves sonidos de su chupada llenaban el granero. El sonido le parecía erótico y aumentó su excitación. Lo acarició todo y deslizó la lengua por toda su largura.
—Eres una seductora —susurró él, con voz ronca.
Ella sonrió. Se sentía seductora. Adoraba eso. Puso lo que conseguía de su polla en la boca y continuó acariciándolo con la lengua, luego acarició la vena espesa, hasta sus bolas. Tomó una en la boca, disfrutando sentir su cuerpo cada vez más tenso. Después, fijó su atención en la otra, chupando y acariciando con la lengua.
—Tienes que parar —gimió—. Si no, me voy a correr.
Ella se sentó sobre sus talones y le dirigió una sonrisa traviesa:
—Eso es lo que deseo.
Él la cogió en sus brazos y selló su boca con un beso ardiente, y sus lenguas chocaban en medio de jadeos.
—Quítate esos malditos pantalones —exigió él.
Rápidamente, ella se quitó las botas y los vaqueros. Edward desgarró sus bragas, el leve material se rompió fácilmente. Antes de darse cuenta de que estaba haciendo él, fue alzada en sus brazos, con las piernas alrededor de su cintura.
En una dura embestida, se empujó profundamente en su humedad. Ella gritó, haciendo eco en el granero. Su vagina se convulsionó, en una invitación adicional.
Él la sostuvo con un brazo y con el otro, arrancó su abrigo. En cuanto la vio libre, rodeó su cintura con los dos brazos y empezó a empujar. Sintió la cremallera del pantalón rozando su culo, mientras se movía en ella.
Pasó los brazos en torno a su cuello y se abandonó a las sensaciones.
—Eres tan jodidamente bella... —declaró él.
Enterrado hondamente en ella, se movió hasta arrimarla en la pared del granero. Entonces comenzó a joderla con fuerza.
Besaba y chupaba su hombro, su cuello y cuando alcanzó la piel delicada cercana a la oreja, le dio una mordedura.
Lo agarró por el pelo. Ella no era apacible, pero él tampoco. Movió la cabeza de su cuello y fundió sus labios. Tenía hambre. Hambrienta de él. Y parecía que no podía conseguir bastante.
Empujaba más duro, y más duro, su espalda chocaba contra la pared, pero a ella no le importaba. Ella lo quería más adentro.
Las manos de él bajaron por la cintura y se dirigieron a su trasero, envolviendo las dos nalgas y acercándola, después alejándola. Sintió que él intentaba penetrar su apretado ano con un dedo y se puso tensa.
—Relájate —susurró él contra su oído.
Antes de que pudiera reaccionar, sintió que él empujaba un dedo en su interior. Resistió, y el dolor casi la hizo alcanzar el orgasmo.
Entonces, otro dedo se juntó al primero. Su verga bombeaba su vagina, sus dedos penetraban su culo. Era más de lo que podía aguantar. Él se retiró y empujó de nuevo, mientras continuaba penetrándola con sus dedos en su culo. Ella estalló:
— ¡Oh, Dios! ¡No pares! —gimió.
Él la agarraba firmemente en sus brazos, mientras la penetraba con golpes largos y duros. Gracias a Dios porque ella estaba completamente exhausta. Su cuerpo se partió en millones de pedazos, cuando el orgasmo la consumió. Flashes coloridos estallaban ante sus ojos antes de cerrarlos, incapaz de aguantar las sensaciones.
—Oh, Dios, muñeca, me estoy corriendo —gritó en su oído.
Ella se abandonó en su pecho, sus brazos lo enlazaron suavemente, mientras él inundaba su coño.
Descansó el rostro en su cuello, jadeando. Los brazos de él la mantenían firme, la verga aún enterrada profundamente dentro de ella. Permanecieron así un largo tiempo, hasta que él apartó su cara de su cuello, y le dio un beso suave.
— ¿Puedes mantenerte de pie? —preguntó, mientras se alejaba ligeramente, liberando su verga.
Asintió con la cabeza, aunque no estaba completamente segura de poder hacerlo. Él la deslizó cuidadosamente por su cuerpo y la mantuvo agarrada hasta tener la certeza de que conseguiría sostener su peso.
Metió su verga dentro de los pantalones y cerró la cremallera. Entonces la abrazó, acercándola contra su pecho, descansó la barbilla sobre su cabeza y permanecieron en silencio.
Mientras que su cuerpo se calmó, sintió el frío viento que penetraba por las paredes del granero. Se estremeció en sus brazos y él la apartó, apresurándose en recuperar sus vaqueros, que descansaban en el suelo.
Ella se los puso y volvieron a abrazarse. Dobló su cabeza y la besó. Un beso profundo, tranquilo. Más lento que el habitual, caliente como el infierno.
Suspiró contra sus labios y se apoyó en su pecho. Se sentía débil como una gatita, completamente saciada.
—Vamos a volver a casa —dijo Edward, con la voz profunda, contra su rostro.
 Agarró sus botas y el abrigo y siguió a Edward hacia fuera del granero. Entraron en la cocina, sacudiendo la nieve de los zapatos. Sacó el abrigo y las botas y se dirigió hacia la sala.
 Buscaba a los otros. Quería saber donde estaban, se sentía segura junto a ellos.
Emmet estaba en el ordenador y Jasper acostado en el sofá viendo la televisión. Se acercó y se acostó en el sofá con Jasper, su confianza afianzada después de lo que había ocurrido en el granero. Además, quería un abrazo afectuoso después del sexo con Edward.
Jasper la envolvió en sus brazos y la acercó a su pecho. Levantó las cejas cuando vio su apariencia arrugada.
— ¿Tú y Edward, tuvisteis un buen paseo?
Enrojeció, asintió con la cabeza, y se apoyó en su hombro.
Él se rió acariciando su cara y su pelo.
Bostezó, y se acurrucó más contra el cuerpo de Jasper.

1 comentario:

  1. que buen paseo tuvieron ojalá todo se aclare ahora que Bella a empezado a aclarar sus dudas :D

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