jueves, 13 de septiembre de 2012

La mujer de los Cullen


                                                             CAPÍTULO  20


—Pudimos haberla perdido hoy —dijo Emmet. La ira aún ardía por sus venas. Quería matar alguien. Con sus propias manos.
Se volvió, para mirar fijamente a sus hermanos.
—No podemos quedarnos aquí. No podemos protegerla aquí en la ciudad. Hay demasiado espacio abierto.
—Estoy de acuerdo —declaró Edward con voz acerada—. Debemos volver a casa.
Los tres hermanos andaban por la sala de estar de la suite, como fieras enjauladas. Bella dormía a pocos metros, en el cuarto, con la puerta entreabierta, para escuchar si ella se despertara.
— ¿La pregunta es que vamos a hacer sobre su esposo? —dijo Jasper
—Protegeremos a Bella y esperamos que Cal haga su trabajo —declaró Emmet.
Edward estregó su pelo impacientemente.
—Tenemos que hacer algo. No podemos sentarnos y esperar. Sabemos que esto no se acabó.
—Estoy consciente de eso —asintió Emmet, intentando reducir su irritación. Sabía que Edward estaba tan preocupado como él.
—Vamos a casa y nos mantendremos en alerta. Estará en una desventaja en nuestro terreno. Nadie conoce aquellas montañas mejor que nosotros. Cuando estamos aquí, nos sentimos perdidos.
Jasper asintió.
—Esta noche, vi algo en ojos de Bella que no me gustó. Más que miedo. Era el conocimiento que algo que hizo podía herirnos. No quiero que piense de ese modo.
—Ella no hizo nada —afirmo Edward.
Jasper levantó las manos.
—Yo no dije que lo hizo, Edward. Para. Yo solo sé lo que está pensando, y no me gusta. Piensa que es culpable de todo esto.
—Suficiente —dijo Emmet—. Lo más importante es llevar a Bella de vuelta a la cabaña y la vigilaremos todo el tiempo. No podemos hacer algo cosa que pueda complicar ese divorcio. Al menos, hasta que acabe. Después, podemos descubrir el mejor modo de manejar a ese sujeto.
Un sonido procedente del cuarto de Bella puso fin a la conversación.
—Iré yo —dijo Edward. Antes de que Emmet o Jasper pudieran contestar, se dirigió rápidamente al cuarto.
—Él la ama —dijo Jasper en voz baja.
Emmet movió la cabeza, la satisfacción llenaba su corazón. Acercarse a Edward era tan difícil como agarrar un toro por los cuernos, pero una vez que lo permitía, correspondía plenamente. Y era ferozmente protector con aquéllos que amaba.
—La vigilará bien —dijo Emmet.
—Todos lo haremos —lo corrigió Jasper.
Emmet verificó su reloj. Dos de la mañana. Pero él no dormiría mucho esta noche. Si no fuese por el hecho de Bella necesitaba descansar, les convencería salir ahora mismo. Regresar a la cabaña.
— ¿Por qué no duermen un poco? —Le ofreció Jasper—. Yo siempre duermo poco. Me quedare aquí, cuidando de que todo esté tranquilo.
Emmet suspiro.
—Cierto. Dudo que consiga dormir, pero voy a acostarme unas horas. Iremos para casa por la mañana.
Emmet camino hacia el cuarto. Miró y vio a Edward abrazado a Bella, las piernas entrelazadas, las manos descansando posesivamente en las caderas de ella, los dedos ensanchados en la curva de sus nalgas.
Abrió los ojos y miro a su hermano. Emmet irguió la ceja, en una muda pregunta. Edward movió la cabeza, señalizando que todo estaba bien con Bella.
Emmet se quito las botas, se sacó los jeans y trepo calladamente en la cama, al otro lado de Bella.
Ella se meció a su lado, frotando su trasero contra su estomago. Él besó su hombro desnudo, anidó el rostro en el pelo de ella y se relajó sobre la almohada.
Pero cuando cerró los ojos, todo lo que él veía era el coche golpeando a Bella. Repetidas veces. Su corazón se disparó y se le hizo un nudo en la garganta. Que cerca estuvieron de perderla.
Había sido negligente, todos ellos lo habían sido, pero no sucedería de nuevo. Juró proteger Bella en el momento en el que apareció en sus vidas. Y no volvería a fallar.



Bella salió de la cama, estremeciéndose cuando la pierna toco el suelo y sintió su peso. Contorsionando su cuerpo, miró hacia la contusión púrpura y el corte de la cadera.
Sintió una retorcida diversión. Su primer pensamiento fue que se sentía como si alguien la hubiera atropellado con un coche. Por lo menos, ahora tenía una buena referencia del viejo dicho.
Se estiró y giró el hombro. Se sentía vieja y decrépita, como una mujer de noventa años. Pero, por lo menos estaba viva. No gracias a Jacob.
Cojeó en dirección al baño, preguntándose donde estaban.
El reloj digital, en la mesa de lado de la cama, le indico que era temprano. Se vistió cuidadosamente, y se cepilló los dientes y el pelo. Estaba dolorida como el infierno, pero por lo menos se sintió marginalmente mejor.
Un ruido la hizo levantar la mirada. Edward estaba en la puerta, mirándola fijamente.
—Pensé que te había escuchado. ¿Cómo te sientes? —le preguntó.
Ella sonrió.
—Tiesa y adolorida, pero considerando las circunstancias, podía ser peor, así que estoy agradecida.
Emociones opuestas atravesaron los ojos de Edward. Ira, preocupación, y algo de miedo. Dejó el cepillo y caminó en silencio hacia sus brazos. Se ajusto a él, abrazándolo firmemente.
—Estoy bien, Edward. De verdad.
Sus fuertes brazos la apretaron. Contra su pecho, sentía el corazón acelerado.
—No sé lo que haría si algo te pasara —dijo angustiado.
Ella se alejó, alzando su cabeza para mirarlo.
—Pero no sucedió nada —contestó rápidamente.
Tomo su rostro en sus manos y se inclinó para besarla.
—Te amo —murmuró contra sus labios.
Abrió su boca para contestar, pero las palabras se quedaron presas en su garganta.
En vez de eso, le devolvió el beso, permitiendo que sus lenguas se mezclaran y enrollaran.
Él se alejó, descansando su frente en la de ella, las narices y bocas muy cercanas.
—No sentía ese tipo de miedo desde que me fui de Irak —admitió.
Llevó las manos al pelo de él, alisándolo, acariciándole las orejas. Frotó su nariz en la de él, juguetonamente. Después, lo besó.
—Olvidemos esto y vamos a casa —le pidió.
Los ojos de él estaban ardiendo.
—Ir a casa suena malditamente bien. Emmet y Jasper ya hicieron el equipaje.
—Entonces, déjame arreglar mis cosas.
—Sal y diles a los otros que estás bien. Termino yo de recoger tus cosas —se ofreció.
Sonrió y le acarició el rostro una vez más. Agarró su mano y besó la punta de cada dedo, antes de permitir que se alejase.
Dejó el baño sonriendo. Ni aún el dolor de la cadera pudo obscurecer la dicha que sentía. Cuando llegó a la sala, Emmet y Jasper levantaron los ojos del sofá, donde estaban sentados.
 Jasper se levantó y la encontró a medio al camino, envolviéndola en sus brazos.
— ¿Cómo te sientes hoy?
—Estoy bien, solo un poco dolorida.
Él la llevó hasta donde Emmet estaba sentado, y la sentó entre ellos.
—Disculpa por interrumpir nuestro pequeño viaje, muñeca, pero es mejor que volvamos a casa esta mañana —dijo Emmet, con la ceja fruncida.
—Estoy lista de ir para casa —declaró ella con firmeza.
Él sonrió.
—Me alegro que pienses en ella como tu casa.
Edward salió del cuarto, con la maleta y el bolso en la mano.
—Cogí todo lo que había en el cuarto —anunció.
Emmet se volvió hacia Bella.
—Pensé que podemos comer algo en el camino. Me gustaría salir de la ciudad lo antes posible.
—Está bien —asintió ella—. Estoy lista cuando estáis vosotros.
Se levantó del sofá. Jasper la acompañó con un brazo alrededor su cintura.
—Edward y yo llevaremos el equipaje y calentaremos el coche. Danos algunos minutos, y nos encontramos fuera. Llevaré el coche hacia la entrada —dijo Emmet.
Jasper asintió, Emmet y Edward cogieron el equipaje y salieron.
— ¿Estás segura de que te sientes bien muñeca? —le pregunto Jasper.
Ella asintió.
—Estoy dolorida, pero cuanto más me muevo, mejor me siento.
El besó su frente.
—Siento que no cuidamos bien de ti. Eso nunca debió haber pasado.
Ella se aferro a él.
—No es tu culpa. De ninguno de vosotros —suspiró y lo abrazó—. Solo espero que eso acabe pronto.
—Acabará, muñeca. Acabará.

1 comentario:

  1. que buena decisión tomaron en regresar a casa ahí estarán mas seguros ojalá Bella se recupere pronto y se olvide de esos malos pensamientos :D

    ResponderEliminar