CAPÍTULO 16
Emmet entró caminando en la sala de estar, buscando
a los otros. Por la primera vez en un más tiempo que él podía recordar, había
dormido hasta después del amanecer. Había bromeado diciendo que Bella lo
extenuaba, pero era la verdad. Sonrió abiertamente y flexionó sus músculos
cansados. Un hombre solo podía soñar con aquella clase de fatiga.
Entró en la cocina, esperando encontrar allí a todo
el mundo.
Sin embargo, Jasper estaba solo.
—Buenos días —saludó Jasper, mientras se servía
café.
— ¿Dónde están Edward y Bella?
—En el granero.
Emmet se recostó en la mesa.
— ¿En el granero? ¿Van a montar? Tenemos que
ponernos en marcha.
Los labios de Jasper se curvaron en una sonrisa
divertida.
—Le está dando clases de autodefensa.
— ¿Hum?
Jasper se encogió de hombros.
—Están allí como una hora.
Emmet gruñó.
—Edward debe estar sintiéndose mejor.
Jasper explicó.
—Bella se levantó ayer por la noche, después que Edward
se fue a su cuarto. Cuando me levanté esta mañana, estaban durmiendo tan
apretados que no se podía saber donde terminaba uno y comenzaba el otro. Edward
está más en paz desde que yo recuerde haberlo visto-
Emmet sintió que su corazón se ilumina con aquel
anuncio. Quizá Bella conseguiría destruir los demonios del alma de Edward. Dios
sabía que los tenía desde hace mucho tiempo.
Él se inclino, cruzando los brazos. Era un milagro.
Para todos ellos.
—Ella es increíble —dijo Jasper.
Emmet levantó los ojos y supo que Jasper había leído
sus pensamientos, sobre Bella. Asintió.
—Sí, lo es. No puedo creer que la hayamos
encontrado.
Él no podía describir la sensación de temor. Sabía
que sus hermanos abrigaban dudas sobre si hallarían a la mujer que los
completaría, pero él siempre supo que así sería. Sentía eso. Pero, no sabía
cuando ni como.
—Espero que Cal pueda obtener el divorcio tan
rápidamente como lo espera —habló Jasper más fuerte—. Necesitamos ser
cuidadosos, Emmet. Yo no veo a su marido dispuesto a alejarse tan fácilmente si
sabe que ella lo puede destruir.
Emmet movió la cabeza, un nudo de preocupación
creció en su estómago.
—Pensé en lo mismo.
La puerta de la cocina se abrió y Bella entró
sonriendo, con Edward detrás de ella. Emmet percibió la serenidad de sus
rostros. En sus ojos no había ningún tormento, ninguna oscuridad. Edward
parecía feliz.
Bella lo miró, y Jasper sonrió de oreja a oreja,
luego ella se lanzó en los brazos de Emmet. Él se sorprendió, y acarició su
espalda, hasta que ella se rió.
Él besó la cima de su pelo y envolvió sus brazos
firmemente alrededor de ella. Miró hacia sus hermanos, percibiendo en sus ojos
como les afectaba la presencia de Bella.
— ¿Estás lista para ponerte en marcha? —preguntó Emmet,
alejando a Bella de su pecho.
Ella frunció la nariz y contestó.
—Solo si me siento delante.
Él se rió, besó su barbilla, y la empujó para
adentro.
—Ve a por tu bolso, te esperamos fuera.
El viaje a Denver fue rápido. Bella apreció el
paisaje, en paz, parecía segura y despreocupada. Esperaba conseguir el divorcio
de forma simple, como los hermanos le sugirieron. Pero, inconscientemente, se
preguntaba si Jacob realmente la dejaría tan fácilmente.
Cuando aparcaron en frente del hotel, Bella se quedó
impresionada. Miró a Emmet con una sonrisa traviesa en los labios. Levantó una
ceja.
—No hubiera creído que se iban a quedar aquí. En el
centro de la ciudad.
Él sonrió.
—No somos campesinos salvajes. No nos entiendas mal.
Nos sentimos más cómodos fuera de la ciudad, pero pensábamos que te gustaría
esto, y la oficina de Cal no queda lejos.
—Y estamos cerca de las tiendas —dijo Jasper
inclinándose hacia adelante—. Podrás hacer todas las compras que necesitas y te
acompañaremos.
— ¿Cuánto tiempo vamos a quedarnos? —preguntó Bella.
—Algunos días —contestó Emmet, mientras abría la
puerta—. Creo que todos apreciaremos un descanso.
Bella, Jasper y Edward esperaron, mientras Emmet se
registraba. Algunos minutos más tarde, regresó y les buscó en el jeep.
—Vamos a entrar, para refrescarnos y comer algo.
— ¿Un filete, quizá? —preguntó Bella con esperanza.
Su boca salivaba solo al pensar en un bueno y jugoso filete.
Edward se rió.
—No nos
tenemos que preocupar por si se integrará—
Salieron, y Bella tembló por el frio que hacía. Edward
la abrazó con un brazo y la acercó, mientras se apresuraban hacia la entrada.
Entraron en el ascensor y Emmet presionó el botón
del último piso. Salieron y fueron hasta el fin del pasillo. Emmet abrió la
puerta y Bella entró en el cuarto.
Ella suspiró apreciando la gran suite. A la derecha,
un baño con Jacuzzi y ducha, a la izquierda, dos habitaciones.
Había una confortable sala con un sofá y dos sillas,
una televisión de pantalla grande y bar de cóctel.
— ¿Quieres que te prepare un baño? —le preguntó Jasper.
Ella negó, y entró en una habitación.
—Me daré solo una ducha rápida. Me estoy muriendo de
hambre.
Ella entró rápidamente en el grande baño y encendió
la ducha. Sacó de su maleta un par de vaqueros, una camisa y ropa íntima.
Sonrió, tanto sus bragas como el sujetador eran blancos. Cuando se fuera de
compras, la lencería sería una de las primeras cosas que compraría.
Treinta minutos más tarde, salió del baño y les
encontró mirando la TV.
— ¿Listos? —preguntó ella.
Se levantaron y salieron. Abajo, se acercaron al
Land Rover, y entraron.
—Cerca, hay un buen restaurante —dijo Emmet—. Tiene
una buena atmósfera.
—Suena bien—dijo entusiasmada.
La verdad era que no le importaba donde iban. El
pensamiento de un jugoso filete la hacía salivar. Si no tenía cuidado, tendría
que secarse la baba de la barbilla.
Entraron en un atestado aparcamiento. Era una construcción
antigua, adaptada de una cabaña de madera de cedro y un porche delantero con
sillas mecedoras desiguales.
Bella caminó hacia la entrada, con los brazos en
torno de las cinturas de Edward y Jasper. Ésa era su primera excursión con los
tres, y se sentía cohibida, pero al mismo tiempo, deliciosamente feliz. ¿Qué
mujer no se pondría verde de envidia? Estaba con tres hombres maravillosos y
atractivos.
Emmet dio su nombre a la mujer de la reserva y en
pocos segundos, fueron llevados a una mesa, en la otra extremidad del
restaurante.
Edward empujó una silla hacia ella, y Bella se sentó
cerca de Emmet. La camarera se acercó y ellos pidieron la bebida, mientras
miraban el menú.
Emmet se volvió y acarició suavemente la mano de Bella.
Ella amaba su toque. Amaba que él la tocase frecuentemente. Todos ellos la
tocaban. Esto la confortaba de un modo que las palabras jamás podrían.
Ella se apoyó en la silla y observó el ambiente. En
medio de la sala, un grupo tocaba canciones bonitas, las sonrientes parejas se
deslizaban por la pista de baile.
— ¿Quieres bailar? —preguntó Edward con un lento y
sensual movimiento.
Ella arqueó una ceja con sorpresa.
— ¿Tu bailas?
Él le dio una mirada herida.
—Mi madre me enseñó, decía que era necesario para
agradar a una dama.
Bella se rió y se levantó.
—Claro, quiero bailar. Yo no sé casi nada, pero si
tu madre te enseñó, me puedes enseñar.
Edward la llevó hacia la pista, sus manos se
encorvaron posesivas alrededor de sus caderas. Los dedos descendiendo para la
curva de su culo. Él la acercó más cerca a él, hasta que ella se ajustó
perfectamente en su ingle.
— ¿No estamos demasiado cerca para bailar? —murmuró
ella.
— ¿A quién le importa? —Gruñó él en la oreja—. Solo
quiero agarrarte así.
Sintió la verga hinchada contra su barriga, y un
disparo de excitación corrió por su sistema. Sus rodillas se derritiendo.
Tembló contra él y abrazó su cintura.
Anidó el rostro en su pelo y sopló suavemente en su
oreja.
—Eres malo —susurró ella—. No pienses que no me
vengaré.
—Eso espero.
Ella se rió. Sintiéndose intrépida, deslizó una mano
entre sus cuerpos, pasando los dedos por el cinturón de sus vaqueros, hasta la
dura verga.
—Jesús, mujer.
Acercó más sus cuerpos, y ella se volvió a reír.
— ¿Tienes miedo de que alguien va a vernos?
En respuesta, hizo fundir ardientemente los labios a
los suyos. Le faltaba de aire cuando Edward se dio un festín hambriento de su
boca. Cuando se alejó, sus ojos relucían con deseo, lava derretida preparada
para estallar.
— ¿Eso contesta a tu pregunta?
Un tirón a su cintura, la impidió responder. Giró y
vio a Emmet, con una expresión arrogante en el rostro.
—Mi turno, hermano.
—Más tarde, muñeca —prometió Edward, con fuego en
los ojos.
Emmet la abrazó, con una sonrisa malvada en el
rostro.
— ¿Estaban haciéndolo en una pista publica de baile?
Ella parpadeó ingenuamente.
—Oh, vi tus manos en sus pantalones, cariño.
— ¿Celoso?
Él sonrió abiertamente.
—Infierno sí. Solo que no quiero tus manos allí.
Quiero tus dulces labios alrededor de mi polla.
Su cuerpo se sacudió ante sus explícitas palabras.
Sus pezones se endurecieron hasta dolerla. Él sonrió lentamente, satisfecho.
— ¿Te estoy excitando, cariño?
— ¿Este es un plan? —exigió ella—. ¿Tratando de
excitarme en el medio del restaurante?
— ¿Funciona?
—Maldición, sí —admitió ella.
Él se rió y pellizcó su oreja con sus dientes.
—Bueno.
Otro tirón en su cintura, y ella gimió, protestando.
—Esto no es justo y los dos lo sabéis —se quejó
ella.
— ¿Estás mojada? —susurró Jasper, mientras la
abrazaba—. Te imaginas a los tres lamiendo, chupando, mordiendo, follando…
Ella gimió.
—Oh Dios mío, tienes que parar —dijo débilmente—.
¿No podemos saltar la cena?
Él se rió, bajo.
—Oh no, muñeca. Tenemos toda la noche.
Cerró sus ojos y bajó la cabeza contra su tórax.
—Voy a hacer que paguen por esto. Voy a hacer se
arrepientan.
Él se rió.
—De alguna manera, creo que apreciaré cualquier
castigo que decidas.
Levantó la cabeza y miró por sobre su hombro.
—La comida esta aquí.
Ella miró hacia donde Emmet estaba gesticulando, y
se dirigió a su silla. Se sentó y les lanzó una dura mirada, pero ellos la
ignoraron con sonrisas inocentes.
—Oh, huele divinamente —dijo ella, cuando sintió la
deliciosa aroma que flotaba encima de la mesa.
—Prueba el mío —le ofreció Edward, ofreciéndole el
tenedor.
Ella lo miró.
— ¿Qué es?
—Bacon envuelto en langostinos, en salsa de
mantequilla.
—Mmmmm.
Abrió la boca y suavemente, dejó el bocado en sus
labios.
—Una boca tan dulce —murmuró.
Él extendió un dedo y lamió un poquito de mantequilla
de su labio y luego deslizó el dedo en su boca. Ella lo chupó, rodeando la
lengua en torno de la punta.
—Bruja.
Ella se retiró.
Cortó su filete y saboreó su plato. Carne. Entre
bocados de su propia comida, los hombres le dieron muestras de sus platos, cada
una dada con una dosis de sensualidad que la dejó débil y dolorida. Nunca había
conocido tal conocimiento sexual.
Cada mirada, cada toque chilló y ardió, despertando
un anhelo poderoso adentro de ella.
Sabía que estaban llamando la atención de la gente,
y no le importaba. Dejo que miraran. ¿Cómo podía sentirse culpable por algo qué
era su derecho? Nunca en su vida, se sintió tan segura de estar en donde debía,
donde era su lugar.
— ¿En qué estás pensando, muñeca?
Le sonrió a Jasper, permitiendo que percibiera su
satisfacción.
—Estaba pensando en lo perfecta que está siendo esta
noche.
—Y pensar que solo es el comienzo —murmuró Edward.
Emmet deslizó la mano en su muslo. El pulgar dibujó
círculos por su rodilla, y sus otros dedos se deslizaron entre sus piernas.
—Estoy contento que te esté gustando, cariño.
Ella se recostó en la silla, con la copa de vino en
la mano y despacio, dio un trago.
— ¿Alguien quiere postre? —preguntó ella.
Tres pares de ojos ardieron sobre su piel. Se
estremeció.
—Sé exactamente qué quiero de postre —declaró Jasper
con lentitud.
Sus mejillas se ruborizaron, sus piernas se
aflojaron y apretó sus piernas para aliviar la insoportable tensión de su coño.
—Apenas puedo esperar saborearte—susurró Jasper—.
Tan dulce. Suave.
—Quizá debiéramos irnos —murmuró ella.
— ¿Pasa algo? —preguntó Emmet.
Ella le dirigió una mirada sórdida, entonces se
agachó, apoyó los senos contra su brazo, sumergió su mano hacia abajo y la
deslizó por su muslo, entre las piernas, hasta sentir la protuberancia en la
mano. Presiono suavemente, amasando y mimando.
—Nada —dijo ella dulcemente.
Se levantó y la arrastró a su lado.
—Nunca dejaré que se diga que no he complacido a una
señora. Vamos.
El camino hacia el hotel fue hecho en silencio. La
tensión estaba impregnada en el vehículo. Bella mantenía las piernas apretadas.
Su clítoris latía y zumbaba. Si apenas se tocará allí, volaría como un cohete.
Cuando llegaron al hotel, caminó hacia el ascensor
con las piernas trémulas. Una vez adentro, Edward la tiró contra él, y sus
manos desabrocharon sus vaqueros.
—Sácatelo —ordenó él.
—Estamos en un ascensor —susurró ella.
Él le sonrió malvadamente, mientras el ascensor
alcanzaba el tercer piso.
—No me lo hagas sacarlos para ti.
Tragó y entonces se sacó los zapatos y los vaqueros.
¡Oh Dios, no dejes a nadie subir!
Edward desabotonó sus propios vaqueros, las bajó,
después alzó a Bella en sus brazos. Cuando el ascensor alcanzó el sexto piso,
estaba con su verga bien profundo dentro de ella.
Ella lo abrazó por el cuello y enterró el rostro en
la curva de su hombro. Las manos de él agarraban su culo, apretándola,
irguiéndola para ir más profundo.
Ella no iba a durar. Estaba demasiado excitada debido
a todas las provocaciones de la cena.
El ascensor paró y la puerta se abrió; Edward
caminó, los pasos cortos a causa del pantalón vaquero medio bajado en sus
caderas.
Ella nunca había experimentado tal prisa. Edward se
enterró profundamente dentro de ella, caminando por el pasillo del hotel,
alguien podía salir y verlos en cualquier momento.
Emmet caminaba delante, y detrás de ellos, Jasper
llevaba los zapatos y los vaqueros de Bella.
Ella gimió, mordiendo los labios, guardando los
gritos de placer. Edward la penetraba más duro y balanceó sus caderas para
hacerlo ir más hondo.
Emmet abrió la puerta y Edward entró, llevando a Bella,
y la recostó en la pared contigua al baño, recordando el interludio en el
granero. Bella no podía esperar más.
Su estómago se apretó, su pelvis se estrechó, todos
los músculos de su coño estallaban de placer. Gritó con la boca de Edward en la
suya. Él la meció contra la pared, penetrando más duro.
Estaba llevada por el placer, su cuerpo tan apretado
como una cuerda. Y aún así, se agarraba en la pared.
La boca de Edward se deslizó por su cuello,
pellizcando y chupando mientras que sus caderas se mecían entre sus muslos.
—Déjate llevar —susurró él—. Te cogeré. Siempre te
cogeré.
Sus palabras, tan sinceras, la deshicieron
completamente. Se partió en cien pedazos diferentes, cada uno en una dirección
distinta. El cuarto quedó sucio y escapó del enfoque, y ella estaba flácida
contra Edward.
Él la agarró más apretadamente en sus brazos, el
cuerpo poniéndose rígido y al cual ella se mantenía agarrada. Lentamente, con
extremo cuidado, él la bajó hasta que las piernas desataron su cintura y sus
pies tocaron el suelo.
Edward se alejó, Emmet la agarró por la cintura y la
guió en dirección al baño.
—Primero un baño caliente. Después, tenemos planes
para ti.
— ¿Quieres decir qué hay más? —preguntó débil.
Honestamente, si había mucho más, va a vivir una vida muy corta. ¿Cuánto placer
podía aguantar una mujer?
Besó la punta de su nariz.
—Oh sí, cariño. La noche solo ha empezando.
ay Bella los sacrificios que se tienen que hacer en nombre del amor :D
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